El concepto autoconciencia hace referencia a un
proceso recursivo de la conciencia, es decir, conciencia constante de tener conciencia. Para su descripción he
recogido diversas definiciones:
- El
estado mental en el que se tiene conocimiento de la propia existencia (uno se
siente a sí mismo) y de la existencia del entorno (físico, biológico y
cognitivo) (Damasio, 2010), pero tal definición conlleva una gran subjetividad
(Tirapu-Ustárroz y Goñi-Sáez, 2016).
- La capacidad global que
nos proporciona un saber acerca de nosotros mismos y de nuestra situación en el
mundo (Álvarez Munárriz, 2005).
- El reconocimiento del yo y de su pensamiento (Mora, 2002).
A estas definiciones
puramente racionales habría que añadir un componente emocional, pues ambos
procesos cognitivos son inseparables (Mora, 2001; Goodwin, 2004; Ramírez
Goicoechea, 2005; Ardila y Ostrosky-Solís, 2008; Damasio, 2010; Tirapu-Ustárroz y Goñi-Sáez,
2016). Pero las definiciones no nos aclaran mucho sobre
su origen, características y desarrollo.
Sin duda, la autoconciencia humana en un proceso que se
gestó en el paleolítico, indudablemente con una base de evolución
biológica (evolución cerebral) y un medio ambiente adecuado para la
estructuración funcional de ese cerebro. Desde la limitada conducta del Homo
habilis a la que presentaba el Homo sapiens en el Paleolítico
superior hay una enorme diferencia en su conducta, que no puede explicarse
solamente con fenómenos de simple adaptación a medios más o menos hostiles. Sin
embargo siempre nos surge la siguiente pregunat:
¿Es la autoconciencia una facultad heredada que siempre se
manifiesta en nuestra especie, o corresponde a una capacidad evolutivamente
adquirida, que se desarrolla gracias a la influencia del ambiente social y
cultural en el que nacemos y vivimos?
La Arqueología indica que no existe un paralelismo entre la evolución anatómica y la cognitiva, yendo la segunda por detrás de los logros de la primera. Todo parece indicar su aparición depende primero de las capacidades neurológicas y cognitivas evolutivamente adquiridas, y segundo de las particularidades medioambientales en las que se vive. Ambos procesos (biológicos y medioambientales) con un desarrollo adecuado y mutua interrelación, van a dar lugar a nuestra conciencia reflexiva. Sin un ambiente adecuado tal propiedad cognitiva no se manifiesta, o lo hace de forma inadecuada. Podríamos definirla, a pesar de la importante controversia que existe al respecto, como el conocimiento subjetivo que tenemos sobre nuestros propios procesos mentales, de la información que recibimos, de los actos que realizamos y de nuestra relación con los demás. Por tanto, la conciencia reflexiva o autoconciencia corresponde a una capacidad cognitiva, con cierto carácter innato en función de su posibilidad de desarrollo, que para que se manifieste en la conducta es necesario una estimulación y aprendizaje adecuados, por medio de un entorno sociocultural concreto. De esta concepción aparece el concepto de emergencia conductual.
La Arqueología indica que no existe un paralelismo entre la evolución anatómica y la cognitiva, yendo la segunda por detrás de los logros de la primera. Todo parece indicar su aparición depende primero de las capacidades neurológicas y cognitivas evolutivamente adquiridas, y segundo de las particularidades medioambientales en las que se vive. Ambos procesos (biológicos y medioambientales) con un desarrollo adecuado y mutua interrelación, van a dar lugar a nuestra conciencia reflexiva. Sin un ambiente adecuado tal propiedad cognitiva no se manifiesta, o lo hace de forma inadecuada. Podríamos definirla, a pesar de la importante controversia que existe al respecto, como el conocimiento subjetivo que tenemos sobre nuestros propios procesos mentales, de la información que recibimos, de los actos que realizamos y de nuestra relación con los demás. Por tanto, la conciencia reflexiva o autoconciencia corresponde a una capacidad cognitiva, con cierto carácter innato en función de su posibilidad de desarrollo, que para que se manifieste en la conducta es necesario una estimulación y aprendizaje adecuados, por medio de un entorno sociocultural concreto. De esta concepción aparece el concepto de emergencia conductual.
Actualmente, son muchos los autores que están de acuerdo que
tal proceso es una propiedad emergente del cerebro. El concepto parece nuevo,
aunque tiene relación con la concepción de exaptación evolutiva, pues se basa
en el mismo principio, aunque con enfoques diferentes (psicológicos y
evolutivos). El profesor de Filosofía John R. Searle, en su libro “El misterio
de la conciencia” ofrece una definición muy precisa (2000):
Una propiedad emergente de un sistema es una propiedad que se
puede explicar causalmente por la conducta de los elementos del sistema; pero
no es una propiedad de ninguno de los elementos individuales, y no puede
explicar simplemente como un agregado de las propiedades de estos elementos. La
liquidez del agua es un buen ejemplo: la conducta de las moléculas de H2O
explica la liquidez, pero las moléculas individuales no son líquidas.
La conciencia reflexiva es pues una propiedad emergente de la conducta (Álvarez Munárriz, 2005; Mora, 2001),
resultante de la unificación funcional de otras
capacidades cognitivas no bien estudiadas en su conjunto, y que por sí solas no
explican tal propiedad, pero la suma funcional de ellas daría lugar a las
propiedades de autoconciencia humana (Edelman y Tononi, 2000; Mora, 2001). El
desarrollo de la conciencia reflexiva se producirá cuando las capacidades
cognitivas lo permitan, y las características del medio ambiente sean las
adecuadas. Si en la actualidad tales condiciones parecen obvias, en la
prehistoria adquieren un protagonismo esencial. Las primeras van apareciendo
con la evolución física, mientras que las segundas hay que crearlas, teniendo
un desarrollo propio y diferente a la evolución neurológica.
Organización cognitiva de la autoconciencia
De una forma resumida puede
establecerse que la autoconciencia es una emergencia cognitiva producida por la
funcionalidad cerebral, la
cual depende a su vez de cuatro procesos que interaccionan
conjuntamente en el tiempo (evolutivo, ontológico e histórico):
- Aumento evolutivo del cerebro humano, lo que en definitiva va a
producir las capacidades cognitivas (en criterios de posibilidades a
desarrollar) que posibilitaran todo el proceso. Aumento de las áreas corticales
asociativas (superficie y posibilidades de interconexión). Aumento y amplia
interrelación de las áreas encargadas de procesar la información adquirida
(Lóbulo prefrontal, Precúneo y Claustrum).
- Desarrollo de la conciencia central o del sí mismo
centrada en la personalidad y de la teoría de la mente (Damasio, 2010). Tendría
un carácter innato, pero requiere de la interacción entre los elementos
sociales del grupo, por lo que una anómala separación social impediría su
correcto desarrollo.
- Creación social de una conciencia autobiográfica centrada en
la individualidad social y personal. Se precisa un desarrollo social,
tecnológico (división de quehaceres), cultural, logístico, simbólico, etc.
- Desarrollo del lenguaje, como elemento que va a cohesionar,
organizar y desarrollar todo lo anterior (lenguaje interno) mediante sus
características gramaticales deducidas de la simbolización de la acción,
(Rivera y Rivera, 2009). El uso organizado y centrado en la
individualidad va a producir
una emergencia
cognitiva constante de carácter funcional gracias a los circuitos neuronales
de reentrada, retroalimentación, recursivos y reverberantes. Al durar más que
el tiempo de la estimulación, pueden producirse fenómenos de conciencia de su
propio pensamiento o sentimiento (Humphrey, 1995).
CONCLUSIONES
Todo proceso psicobiológico debe de verse a
través de la evolución, pues este complejo mecanismo de cambio y
desarrollo morfológico es el que va a producir las características del
desarrollo de las capacidades cognitivas. Sin embargo, la evolución neurológica y cognitiva se producen mediante procesos
diferentes, aunque con una trascendente interrelación entre ambas. En
el estudio de la filogenia y ontogenia de nuestro desarrollo cognitivo pocas
veces se ha analizado con la interrelación que se merecen, pues casi todos los
estudios cognitivos se han realizado con nuestras características actuales ya
desarrolladas y, sobre todo, en nuestra madurez psicobiológica. El estudio del
desarrollo ontológico muchas veces se obviaba, al considerarlo como un
desarrollo marcado por la genética dentro de un medio ambiente genérico y con
una influencia en la estructuración neurológica muy poco definida y menos
estudiada. El concepto de nicho
cognitivo-cultural y su acción sobre un cerebro altamente especializado
en procesar la información que le llega, deberían de ser las pautas de todo
estudio psicobiológico humano. Las diversas orientaciones científicas que
pueden utilizarse en su estudio ha sido uno de los principales obstáculos en la
realización de adecuados análisis. Por tanto, la interdisciplinariedad en el estudio de la cognición humana,
y la transdisciplinariedad en
lo referente a la autoconciencia son metodologías de obligado cumplimiento, lo
que dificulta mucho su realización.
Con el análisis transdisciplinario realizado se
ha llegado a una compresión del problema que, sin ser exhaustivo, nos permite
mejorar sustancialmente su compresión. Hemos visto que la autoconciencia es una
organización cognitiva mediada por las características del medio ambiente
(socialización, simbolismo, lenguaje, etc.), el cual, a lo largo de la historia
de nuestro linaje y de forma irregular (en el tiempo y el espacio), ha ido
conformando un nicho
cognitivo-cultural imprescindible para el desarrollo cognitivo
adecuado. Este medio ambiente especial actuaría sobre una base neurológica
altamente indiferenciada (aumento cuantitativo del córtex), consecuencia de una
evolución mediada por los genes
reguladores u Hox (Florio et al. 2015). En definitiva, es dentro de un cerebro exaptativo
y coevolucionado en sus aspectos morfológicos y cognitivos, cuando las
características del nicho cognitivo-cultural alcanzaran unos niveles
adecuados, se produciría la emergencia de una nueva capacidad cognitiva:
la autoconciencia.
Este tema tan complejo
lo he desarrollado y publicado en la revista LUDUS VITALIS, cuyo texto puede leerse libremente en la
dirección indicada:
- Álvarez Munárriz, L. (2005), “La conciencia humana”. En Álvarez Munárriz, Luis y Couceiro Domínguez, Enrique (coords.): La conciencia humana: perspectiva cultural. Barcelona. Anthropos.
- Ardila, A.; Ostrosky-Solís, F. (2008),
“Desarrollo Histórico de las Funciones Ejecutivas”. Revista Neuropsicología,
Neuropsiquiatría y Neurociencias, 8 (1), pp. 1-21.
- Damasio, A. (2010), Y el cerebro creó al hombre. Barcelona. Destino
- Edelman,
G. M., y Tononi, G. (2000): Un Universe of Consciousness. Basic Books, New
York.
- Florio, M.; Albert, M.; Taverna, E.; Namba, T.; Brandl, H.; Lewitus, E.; Haffner, Ch.; Sykes, A.; Kuan Wong, F.; Peters, J.; Guhr, E.; Klemroth, S.; Prüfer, K.; Kelso, J.; Naumann, R.; Nüsslein, I.; Dahl, A.; Robert Lachmann, Pääbo, S. y Huttner W. B. (2015), “Human-specific gene ARHGAP11B promotes basal progenitor amplification and neocortex expansion”. Science, 347 (6229): 1465-1470.
- Humphrey, N. (1995), Una historia de la mente. La evolución y el nacimiento de la conciencia. Barcelona. Gedisa.
- Humphrey, N. (1995), Una historia de la mente. La evolución y el nacimiento de la conciencia. Barcelona. Gedisa.
- Goodwin, B.
(2004), “En las sombras de la cultura”. En J. Brockman (ed.): Los próximos
cincuenta años. Barcelona,
Kairós.
- Mora, F. (2001), El
reloj de la sabiduría. Tiempos y espacios en el cerebro humano. Madrid.
Alianza.
- Mora, F. (2002), Cómo funciona el cerebro.
Madrid. Alianza.
- Ramírez-Goicoechea, E.
(2005), “Orígenes complejos de la conciencia: hominización y humanización”, en L. Álvarez Munárriz (ed.),
La conciencia humana: perspectiva cultural. Barcelona. Anthropos, pp: 93-135.
- Rivera, A. y Rivera, S. (2009), “Origen del lenguaje: un enfoque
multidisciplinar”. Ludus Vitalis, vol. XVII, núm. 31, pp. 103-141.
- Searle, J. R. (2000): El misterio de la conciencia. Paidos. Barcelona.
- Tirapu-Ustárroz,
J. y Goñi-Sáez, F. (2016), “El problema cerebro-mente (II): sobre la
conciencia”. Revista de Neurología;
63 (4): 176-185.
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