En la conducta humana cobra
especial interés el lóbulo frontal, pues
es donde se localizan las capacidades cognitivas fundamentales relacionadas con
el control y desarrollo de nuestra conducta en general, aunque siempre teniendo
en cuenta que el cerebro actúa como una unidad funcional integrada. Este lóbulo
tiene dos áreas funcionales perfectamente conocidas; las zonas más posteriores
o áreas motoras (primarias) y premotoras (secundarias), donde se sitúa el
control voluntario de nuestra motilidad; mientras que las áreas más anteriores
o frontales serían las de asociación terciaria (Luria, 1974) con funciones
cognitivas superiores, constituyendo el lóbulo prefrontal (LPF).
En el
ser humano adulto el LPF constituye un tercio del total de la superficie del
córtex, estando sus propiedades
cognitivas relacionadas con la superficie y características funcionales de sus
componentes corticales.
Durante mucho tiempo se ha
asumido que la corteza prefrontal es significativamente más grande en los humanos
que en cualquier otro primate (Blinkov y Glezer, 1968). Se ha supuesto que esta
diferencia en volumen representa una razón importante para dar cuenta de las
diferencias en las formas complejas de cognición (funciones ejecutivas). Sin
embargo, tal supuesto se ha puesto en duda. Algunas mediciones del lóbulo prefrontal no han
encontrado diferencias entre la corteza prefrontal humana y la de primates no
humanos. Semendeferi, Lu, Schenker, y Damasio (2002) midieron el volumen total
del lóbulo frontal y de sus regiones principales (incluyendo la corteza y la
materia blanca justo debajo de ésta) en humanos, chimpancés, gorilas,
orangutanes, gibones y macacos, utilizando reconstrucciones cerebrales en
tercera dimensión a partir de escaneos de resonancia magnética (RM). Aunque el
volumen absoluto del cerebro y del lóbulo frontal fue más grande en los
humanos, el tamaño relativo del lóbulo frontal fue similar en todos los
homínidos: macacos (28.1%), gibones (31.1%), orangutanes (35.3%), gorilas
(32.4%), chimpancés (35.9%) y humanos (36.7%). Se encontró que los humanos no poseen un lóbulo frontal más grande
que lo esperado en comparación con el cerebro de un primate. Más
aún, el tamaño relativo de regiones del lóbulo frontal (dorsal, mesial y
orbital) fue similar entre los primates estudiados.
Pero lo que se compara es una
relación entre el volumen total del cerebro y el volumen del lóbulo frontal. La
superficie funcional de este lóbulo prefrontal no es la misma
entre los primates actuales, siendo mucho mayor entre los humanos.
Nuestra evolución neurológica produjo cerebros más grandes, en los cuales la
proporción entre el volumen (medida muy usada, pero poco exacta, pues la
superficie cortical es el parámetro más preciso de la capacidad funcional) del
lóbulo frontal y de todo el cerebro es semejante, pero la superficie del lóbulo
frontal, tanto la motriz (áreas motoras y premotoras) como la asociativa (sería
el llamado lóbulo prefrontal, compuesto por áreas de asociación terciaras) son
mucho mayores. De una forma general se produce un aumento evolutivo más o menos
homogéneo (aunque deben de existir pequeñas diferencias) del cerebro de los
homínidos, en la cual la proporción entre sus diferentes partes sigue siendo
similar, pero la superficie funcional (corteza cerebral) aumentaría en todos
sus componentes (áreas primarias, secundarias y terciarias).
No obstante, como todo en
biología, es dudoso que el tamaño de la corteza prefrontal sea la única
responsable de las capacidades cognitivas humanas. Otros factores deben ser
considerados, tales como la conectividad o capacidad de adquirir, procesar y
responder a mayores estimulaciones. Schoenemann, Sheehan y Glotzer (2005)
encontraron que una diferencia importante entre los humanos y otros primates
era el volumen de la materia blanca. Utilizando técnicas de visualización
cerebral como la Resonancia Magnética en 11 especies de primates, los autores
midieron el volumen de la materia gris, blanca y el volumen total del lóbulo
prefrontal y de todo el cerebro en cada espécimen. En términos relativos, se
encontró que la materia blanca prefrontal fue la mayor diferencia entre los
humanos y los no humanos, mientras que la materia gris no mostró diferencias
significativas. Una mayor interconexión cerebral puede
representar entonces una característica crucial del cerebro humano. No
obstante, hay que tener en mente que los humanos utilizados en este estudio
fueron personas contemporáneas, procedentes de zonas urbanas, con niveles
educativos altos, etc., no los sujetos humanos que vivían en las condiciones
prehistóricas de hace 150,000 años. Pensamos que tendrían las mismas
capacidades cognitivas, pero su desarrollo no pudo ser igual, pues en medio
ambiente es totalmente diferente en todos los aspectos.
Por tanto, existe una
trascendente diferencia neurológica en las áreas terciarias del lóbulo
prefrontal (LPF) entre el ser humano y el resto de los primates (Semendeferi y
Damasio, 2000). Conocemos que los humanos modernos presentan una superficie mucho más amplia que los demás primates. Sin embargo,
su estructura neurológica es menos densa,
permitiendo que existan entre ellas unas interconectividad mucho mayor, como
se deduce de la mayor y tardía mielinización observada
(Bufill y Carbonell, 2004; Semendeferi et al. 2002).
Estos estudios apuntan a que la superficie asociativa del córtex del LPF de los
humanos tiene un carácter alométrico
cuantitativo (aumento de la superficie funcional del córtex) y cualitativo (nuevas funciones cognitivas). Igualmente, se
conoce que las áreas terciarias del lóbulo frontal son mayores,
proporcionalmente, que la del resto de los primates conocidos, como se deduce
de su mayor circunvolución y girificación (Cela Conde, 2002;
Rilling e Insel, 1999). Por tanto, no parece difícil establecer una relación
entre el aumento (de superficie y interconectividad) de estas áreas con la
conducta moderna. La diferenciación funcional o el aumento respecto de los
demás homínidos conlleva a que nuestra especie tendría una mayor capacidad
funcional de dos tipos (fundamentales en la conducta humana) (Ardilla y
Ostrosky-Solis, 2008):
* Metacognitivos (área
dorsolateral de la corteza prefrontal), para procesar la información,
asimilarla y utilizarla para mejorar su conducta, mediante el mayor desarrollo
de sus funciones ejecutivas, imprescindibles
para la organización de todo tipo de conducta y lenguaje, y al aumento de las
capacidades de abstracción y simbolismo.
* Emocionales (área ventromedial de la corteza prefrontal), que
coordina la cognición y la emoción. En ese sentido, la función principal del
lóbulo prefrontal es encontrar justificaciones aparentemente aceptables para
los impulsos límbicos (los cuales constituyen las “funciones ejecutivas
emocionales”).
Estas dos funciones siempre
actúan juntas, pues cualquier acción (sobre todo si se relaciona con otros
componentes de la sociedad) siempre lleva adosada un componente emocional
(positivo, negativo o dentro de un amplio margen de una supuesta neutralidad
emocional). La importancia del LPF humano en su compleja conducta es primordial,
aunque no hay que olvidar que nuestro sistema nervioso siempre actúa de
forma integrada con otras zonas cerebrales, pues su acción conjunta es
necesaria para cualquier acción y, aunque parezca mentira, se necesitan más de
las que aparentemente podemos creer que son las necesarias.
Como las
funciones ejecutivas se asientan principalmente en esta zona cerebral
(interconectadas funcionalmente con otras áreas neurológicas), podemos intuir
que la conducta moderna humana se debe, en gran parte, al desarrollo evolutivo
del LPR, y que sus características funcionales serían claves para comprender el
origen y desarrollo de nuestra conducta simbólica. Pero las características
funcionales de este LPF vienen determinadas por las propias características
evolutivas. Por tanto, para entender con detenimiento el origen y desarrollo de
la conducta humana, creo que es imprescindible seguir por los derroteros del modelo interdisciplinario, es decir, de elaborar
teorías interdisciplinarias que enlacen sin problemas los conceptos recientes
de la Biología evolutiva, Neurología, Psicología, Sociología y Lingüística.
En este modelo se destaca la gran influencia que tiene el medio ambiente en la definitiva configuración del córtex cerebral, proceso fundamental para comprender la conducta humana. Siempre se estudian las funciones cerebrales del adulto o del niño, pero pocas veces se analizan las dos comunidades juntas, como una sola entidad dinámica en el tiempo, donde las características ambientales durante la infancia van a marcar mucho la funcionalidad del adulto. Hay que entender que la genética sólo produce un cerebro muy inmaduro, preparado para estructurarse definitivamente dependiendo de las influencias externas que reciba (lenguaje, sentimientos, cultura, conductas de todo tipo, etc.). Es decir, se nace con un protomapa (Del Abril et al. 1998; Flórez et al. 1999; Rakic, 1998) que se estructura con posterioridad en función del medio ambiente (Neurociencia).
En este modelo se destaca la gran influencia que tiene el medio ambiente en la definitiva configuración del córtex cerebral, proceso fundamental para comprender la conducta humana. Siempre se estudian las funciones cerebrales del adulto o del niño, pero pocas veces se analizan las dos comunidades juntas, como una sola entidad dinámica en el tiempo, donde las características ambientales durante la infancia van a marcar mucho la funcionalidad del adulto. Hay que entender que la genética sólo produce un cerebro muy inmaduro, preparado para estructurarse definitivamente dependiendo de las influencias externas que reciba (lenguaje, sentimientos, cultura, conductas de todo tipo, etc.). Es decir, se nace con un protomapa (Del Abril et al. 1998; Flórez et al. 1999; Rakic, 1998) que se estructura con posterioridad en función del medio ambiente (Neurociencia).
En este sentido
se entiende parte del discurso del Dr. Pedro García Barreno (Académico de
Número y Bibliotecario de la Real Academia de Ciencias), en contestación al realizado por de
Emiliano Aguirre en su recepción a la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales (2000: 146):
Sin embargo,
deben destacarse dos hechos: la plasticidad del sistema nervioso infantil para
reemplazar áreas lesionadas y evitar déficit neuronales en el adulto, y la
respuesta cerebral a demandas cognitivas de complejidad creciente mediante el
reclutamiento de más tejido neural en cada área de una red de regiones
corticales. De este modo, cualquier mapeo entre una localización cerebral y una
función cognitiva es una función variable entre dos niveles de descripción de
un sistema dinámico, modulado por la demanda de la tarea y no una cartografía
estática de la anatomía cerebral (Just et al.1996).
El
cerebro es un órgano especialmente diseñado evolutivamente para procesar la
información que le llega. Su adecuado uso (almacenamiento, recuperación y
procesamiento) estaría muy facilitado por la acción del lenguaje (lenguajeinterno), en las continuas e imprescindibles interacciones sociales, donde las
funciones del LPF son imprescindibles.
* Ardila, A.; Ostrosky-Solís, F.
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* Del Abril, A.; Ambrosio, E.; de Blas, M.R.; Caminero, A.; de Pablo, J. y Sandoval, E. (1998): Fundamentos biológicos de la conducta. Ed. Sanz y Torres. Madrid.
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neuroscience 5 (3): 272-276.