Es muy frecuente
pensar que nuestra forma de pensar, y por tanto de actuar, es consecuencia casi
directa de la genética que heredamos de nuestros padres, pero la realidad, no
siempre bien conocida ni expuesta, no dice lo mismo. Diversos autores han hecho
hincapié sobre este dato, pero la mayoría de las veces sus opiniones no han
pasado de la anécdota sin ninguna repercusión en los estudios relacionados con
la conducta humana. Estas ideas han surgido hace muchos años, teniendo cada vez
tienen mejor fundamento, según las ciencias de la conducta van avanzando. Los
ejemplos son más literarios y filosóficos que psicobiológicos, pero recogen el
sentir de que nuestra realidad se forja más con el quehacer cotidiano que con
nuestra herencia biológica:
...lo
único que nos es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérnosla,
cada cual la suya.... La vida es quehacer
José
Ortega y Gasset. (Historia como sistema) (1935).
Yo soy yo
y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo
José
Ortega y Gasset. (Meditaciones del Quijote) (1914).
La mente
humana es la mente humana y a la vez es la cultura, y si no se salva ésta no se
salva aquella.
José Luis
Pinillos, La mente humana (1991).
Otro
ejemplo nos lo brinda el conocimiento real de lo que pasaba en los hospicios y
hospitales hasta bien entrado el siglo XX. El Dr. José Antonio Vallejo-Nágera,
en su libro “Introducción a la Psiquiatría” (1974) expone que sin un ambiente
adecuado las propiedades cognitivas no se manifiestan o lo hacen de forma
inadecuada.
El
permanecer durante los primeros meses o años de la vida en una institución
asistencial lejos de los cuidados maternos, todo el mundo comprende que es una
tragedia si se asocia con la clásica imagen sobria y cruel que estos centros
tienen históricamente. Si la imagen presentada es la de un centro modélico,
aséptico, cristales y niquelados por doquier; enfermeras y médicos en batas de
blancura impecable; los niños bien vestidos, inmejorablemente alimentados,
etc., es lógico que muchos piensen que es el mejor destino para el niño
permanecer allí, y no en su hogar del suburbio, lleno de privaciones, malos
tratos y falta de alimentos y de higiene. Hoy se sabe que no es así. La
gravedad del daño que la hospitalización prolongada produce a un niño resulta
increíble, si no estuviese ya claramente demostrado. Este carácter de increíble
es lo que explica por qué ha pasado inadvertido a lo largo de los siglos, pese
a estar desde tiempo inmemorial ante los ojos de todos. Es curioso que a nadie
haya llamado la atención el hecho de que jamás, en el transcurso de la
historia, un niño criado desde sus primeros días en un orfanato haya alcanzado
una personalidad destacada en su vida adulta.....La mortalidad en estas
instituciones fue siempre enorme......En Estados Unidos, dieron el nombre de
hospitalismo al síndrome de deterioro progresivo, y con una mortalidad que
alcanzaba el 70%......atribuido al trato impersonal.....En cuanto a los efectos
del hospitalismo sobre la inteligencia se demostró que los niños criados en
instituciones presentaban un retardo intelectual, más acentuado cuanto más
rutinario e impersonal fuese el trato recibido en la institución.......si a los
niños con un coeficiente intelectual anómalamente bajo, se le sacaba pronto de
la institución y pasaban a un hogar adoptivo subía rápidamente su coeficiente
intelectual, no teniendo beneficio si el cambio se produce después de que el
niño ha cumplido los 3 años.
Pocas
dudas pueden quedar sobre la influencia del medio ambiente (sobre todo social y
cultural) en el desarrollo de las capacidades cognitivas humanas (racionales y
emocionales). No sólo somos lo que heredamos, sino que precisamos de la
modulación medioambiental para manifestar un fenotipo determinado, naturalmente
dentro de los límites de variación que nuestra genética nos impone, pero que es
mucho más de lo que pensamos o nos quieren hacer creer.
Actualmente, conocemos que la estructura
histológica y anatómica de la corteza cerebral de los primates es prácticamente
igual entre todos ellos, diferenciándose cuantitativamente en la superficie de
las áreas asociativas del córtex (Delgado 1994; Eccles, 1992), en su
facilidad para formar redes neuronales o su funcionalidad (Semendeferi
et al. 2002), y posiblemente en otros factores bioquímicos no muy bien
analizados. La evolución fue desarrollando cerebros más grandes, con
mayor
superficie cortical, mayor capacidad de sinapsis o de formación de redes
neuronales, y un aumento diferenciado o alométrico de las
áreas de asociación, pero no cerebros de estructuración celular,
anatómica y fisiológica diferentes. El cerebro del Homo sapiens que vivió hace unos 150.000 años era muy similar, por
no decir prácticamente igual, al nuestro. La única diferencia que podemos
resaltar corresponde a la calidad y
cantidad de información existente entre la cultura de ese momento y la
actual; una con escasos componentes simbólicos y/o abstractos, y la otra basada
en su mayoría en conceptos con este tipo de características. La forma de
funcionar de ambos cerebros sería la misma, aunque condicionada por la
diferente información que recibirían en los distintos periodos culturales.
Con esta visión, la única manera de tener un
mínimo de objetividad en el estudio del desarrollo cognitivo y cultural de los
seres humanos es creando un modelo teórico común a todos los seres humanos,
pero independiente de los aspectos particulares de la cultura de cada momento.
Esto puede intentarse por medio de un estudio limitado a aquellos factores
comunes o estructurales propios de nuestra especie, que pueden
aplicarse a los seres humanos actuales y a los que desarrollaron las culturas
del pasadoo. Un estudio interdisciplinar fundamentado en los datos más
recientes de la Biología Evolutiva, Neurología, Psicología, Sociología y Lingüística
nos puede ofrecer un panorama fácilmente identificable con un estructuralismo
funcional, es decir, con la base funcional sobre la que se va a
desarrollar nuestro pensamiento y conducta, siendo común en todos los seres
humanos.
No obstante, la forma en que esta percepción y
procesamiento de la realidad va a dar lugar a la construcción socioeconómica y
cultural, puede ser distinta en los diferentes grupos humanos que conocemos. En
definitiva, de lo que se trata es que las formas fisiológicas de percepción de
la naturaleza (los cinco sentidos conocidos por todos: gusto, tacto, olfato,
audición y visión), y su procesamiento en el sistema nervioso de los seres
humanos, son iguales para todos los de la misma especie. Mientras que entre las
demás especies humanas serían sólo similares, pues existen ligeras diferencias
de funcionalidad y de capacidad cognitiva, aún por precisar. Por tanto, cada
grupo social de una misma especie humana puede, independiente unos de otros, ir
creando una estructura lógica social y personal diferente. Lo que en un principio es común,
en su desarrollo se iría diversificando. Naturalmente, los componentes
de cada una de las diversas especies de nuestro linaje, tendrían unas
características funcionales propias, que limitaría la forma de adquirir y
procesar la información del medio ambiente.
En la actualidad
conocemos que existen diferencias de pensamiento, lenguaje y conducta en
diversas poblaciones, las cuales tienen un desarrollo cultural diferente al
conocido como occidental. La prehistoriadora Almudena
Hernando, en el estudio de las poblaciones sobre indígenas americanos con
perduración de sus formas culturales tradicionales, llega a la conclusión que
diversos aspectos de su pensamiento y conducta son diferentes a los
considerados como modernos de nuestra sociedad. Si en la actualidad existen
estas diferencias culturales, más posibilidades hay que se produzcan en las
culturas paleolíticas Así lo indica en su libro “Arqueología de la
Identidad” (2000):
No tiene sentido pretender que los habitantes
de la Prehistoria o de la Historia eran como nosotros mismos, que entendían el
mundo como nosotros lo hacemos, tal y como, inconscientemente, se ha pretendido
hasta ahora.
Parte del conocimiento de la falta de
diferencias neurológicas y psicológicas entre ellos y nosotros, pues todos participamos
de las mismas capacidades que la evolución ha otorgado a nuestra especie.
Estas poblaciones de aborígenes, a pesar de tener una clara base simbólica y
abstracta en su estructuración lingüística y mental, tienen unas
características distintivas y propias, como también ha analizado el psicólogo
José Luis Pinillos (1991). Para él, estas poblaciones presentan
un pensamiento con unas características distintivas y propias que
podemos resumir en los siguientes apartados:
- Concreto o incapaz de grandes
abstracciones. Le resulta más difícil referirse a un color en abstracto que a
una cosa con ese color. Igualmente, le es complejo hablar de una numeración
abstracta, sin una referencia inmediata a cosas que se pueden numerar. Es más
difícil decir y comprender el número tres, que expresar y comprender lo que
significa tres árboles.
- Sincrético o poco diferenciado, al
mezclar lo imaginativo y lo afectivo con elementos verdaderamente abstractos.
- Colectivo o poco individualizado, poco crítico,
estereotipado, al aceptar sin crítica personal las creencias vigentes en
la comunidad. Prima la individualización social sobre la personal.
- Antropomórfico, humanizador de la
Naturaleza o animista. Propenso a adjudicar a los fenómenos naturales
cualidades o comportamientos propios de los seres humanos.
- Prelógico, al tener unos
razonamientos diferentes a los que usamos nosotros, no porque carezcan de
lógica, sino que utiliza sus razonamientos en unos supuestos culturales
distintos. Una cosa puede ser varias cosas a la vez (la luna, por ejemplo,
puede ser una mujer y un espíritu).
- Místico, reaccionando muy
emotivamente ante lo que no se entiende.
En este sentido, existe una importante
muestra documental sobre las diversas vías simbólicas o de estructuración
cognitiva, que han sido adoptadas por las diversas poblaciones en el transcurso
de su evolución cultural, gracias a los numerosos estudios etnológicos que,
sobre ellos, se han realizado en los dos últimos siglos en amplias zonas
geográficas. Todo esto nos da pie a comprobar la existencia de diferentes
evoluciones culturales, basadas en la libre y diferente interpretación de los
conceptos sobre la individualidad social y/o personal, el tiempo, el espacio y,
en definitiva, el mundo simbólico que se está creando. Sin embargo, si un recién nacido del mundo de los indígenas es criado en nuestra sociedad tendría exactamente las mismas características conductuales y cognitivas que los demás niños con los que se relacione. Igualmente, si es al revés el niño europeo creado en la selva asumiría todas las características conductuales del grupo donde se desarrolle. El medio (social, cultural, lingüístico, tecnológico, etc.) es el que va a configurar la conducta en todos sus aspectos de los seres humanos.
La importancia del medio ambiente durante el desarrollo de los niños es fundamental en todos sus aspectos, es decir, tanto en los meramente racionales como en los emocionales, lo que no siempre se han tenido en cuenta. Un ejemplo, ya superado al menos en nuestros medios sociales, sería el caso de los niños con el síndrome de Down (trisomía del cromosoma 21), que con una educación precoz, adecuada y reforzada consiguen un importante aumento cognitivo, con lo que su calidad de vida se ve notablemente mejorada, lo que no pasaba hace años sin una educación especializada a su situación.
Por tanto, mucha de la responsabilidad sobre la forma de pensar y actuar de los niños y jóvenes de nuestra sociedad recae primero en los padres de una forma constante y fundamental, y segundo en los diferentes educadores o profesionales que a lo largo de su vida se van a ir encontrando. Pensar lo contrario es tirar piedras contra nuestro propio tejado.
*
DELGADO, J. M. R. (1994): Mi cerebro y yo. Temas de Hoy.
Madrid.
* ECCLES, J. C. (1992): La
evolución del cerebro: creación de la conciencia. Labor. Barcelona.
* HERNANDO, A. (2002): Arqueología
de la identidad. Akal.
Móstoles (Madrid).
* ORTEGA
Y GASSET, J. (1914): Meditaciones del Quijote. Ideas sobre la novela. Cátedra (1984: 118). Barcelona.
* ORTEGA
Y GASSET, J. (1935): La Historia como sistema. Colección Austral, 1440.
Espasa Calpe (1971: 41-42). Madrid.
* PINILLOS, J. L. (1991): La
mente humana.
Temas de Hoy. Madrid.
* SEMENDEFERI, K.; LU, A.; SCHENKER, N. y
DAMASIO, H. (2002):
Humans and great apes share a large frontal cortex. Nature neuroscience, 5 (3): 272-276.
* VALLEJO-NÁGERA,
J. A. (1974): Introducción a la psiquiatría. Científico Médica.
Barcelona.
Agradezco tu interés por el tema y comparto tu opinión. Gracias.
ResponderEliminarEstimado doctor, este no es mi campo, pero tengo un interés enorme en aprender buscando imaginar lo que podría ocurrirle al cerebro homo a medida que el medio ambiente natural va cambiando tan drástica y dramáticamente. Sí, como dice la señorita María Paula, la relación es biunívoca, entonces ¡Nietzsche tenía razón al mirar el abismo! Cuando el homo llegó hasta las costas sudafricanas y se adaptó a ese medio tan diferente de los áridos desiertos africanos, entonces su cerebro se modificó – con respeto a su genética – por causa del tipo de alimentación rica en sales, minerales y a las nuevas habilidades para pescar. ¿Pudo haber ocurrido algo así? Gracias por su comentario. Un saludo y mi admiración por su página
ResponderEliminarHola. Cuando hablo del medio ambiente no me refiero solo al factor geográfico, geológico y climático, sino que hago especial referencia a los cambios sociales, tecnológicos y emocionales que se van produciendo en las sociedades humanas. Estas circunstancias son de tal fuerza que se produce un medio ambiente exclusivo de los humanos, es decir, transforma su Selección Natural a la selección de cambios neurológicos que mejor puedan desarrollar las conducta humanas. Es este medio ambiente exclusivo humano (lenguaje, relaciones sociales, tecnología, cognición emocional, etc.) el que va a dirigir la evolución de nuestro género. Es lo que se ha denominado como nicho humano (cognitivo, cultural, conductual, etc.). La evolución crea el cerebro entendido como base fisiológica de nuestra conducta, el medio ambiente (nicho cognitivo-cultural) es que va a configurar funcionalmente a ese cerebro para realizar las conductas que nos caracterizan. La cultura remodela la funcionalidad de nuestro cerebro.
ResponderEliminarUn cordial saludo
Ángel