Todas
las especies viven en un lugar con ciertas características ambientales de
carácter geográfico y geológico, donde su población puede desarrollarse en el
espacio y en el tiempo, gracias a las relaciones funcionales (conducta) de la
comunidad con dicho hábitat. Este conjunto constituye el nicho ecológico, siendo
específico para cada especie biológica. Como es lógico, todas las especies
humanas participan de estos conceptos, pues solo pueden vivir, procrear y
desarrollarse en lugares determinados que así lo permitan. Sin embargo, a
diferencia de las demás especies, su relación con estos medios naturales en los
que viven es dinámica, pues pueden cambiar su constante y particular
interacción.
Esta
situación se debe a que dentro del género Homo
se ha producido una evolución cognitiva que favorece una especial forma de relación
social entre los miembros de sus comunidades, así como una mayor
capacidad de captación, procesamiento, asimilación y transmisión de la
información que la naturaleza nos ofrece. Estas características les ofrecen una
mayor resistencia a los cambios ecológicos y la posibilidad de ocupar nuevos
hábitats mediante los cambios ambientales necesarios para el desarrollo de las
poblaciones humanas. La producción de tales mejoras adaptativas no se debe al
simple desarrollo evolutivo del cerebro, sino a la producción de tal evolución
cognitiva, la cual se realiza gracias a las mejoras evolutivas de su
cerebro que, junto con la influencia del medio ambiente, es capaz de aumentar
el aprendizaje social, crear y desarrollar el lenguaje humano, y a producir la emergencia
de nuevas capacidades cognitivas (ampliación de la memoria de trabajo,
desarrollo de la teoría de la mente y de la autoconciencia), que actuando en
adecuada coordinación permiten que la construcción de este nicho sea un proceso
de permanente acumulación y transformación, en el que las conductas, las
herramientas y las ideas se van mejorando de generación en generación (Tomasello,
1999; Bickerton, 2009).

En
general, la Arqueología ha explicado los avances socioculturales como formas de
adaptación ecológica, donde las principales fuerzas impulsoras son la variabilidad
medioambiental y la dinámica poblacional (e. g., d’Errico y Stringer, 2011;
Banks, d´Errico y Zilhão, 2013). El reciente desarrollo de la Arqueología
cognitiva ha puesto en relieve que tales adaptaciones ecológicas se producen
cuando el desarrollo cognitivo lo permite, y no antes (Rivera y Menéndez, 2011),
lo que aclara las diferencias evolutivas existente entre la evolución anatómica
y la conductual/cognitiva (e. g., Renfrew, 2008).
En
el dinámico desarrollo de los nichos humanos hay que entender que son varios
los factores que entran en juego, todos ellos interconectados, pero cada uno
con una particular importancia causal (cambios medioambientales; evolución y
herencia genética; creación, trasmisión y acumulación cultural; evolución
cognitiva). El diferente uso y atribución causal de los cambios conductuales
serían el fundamento de las diversas denominaciones que han sido utilizadas
para definirlo con mayor exactitud (nicho ecológico, cultural, cognitivo, genético-cultural,
cultural-cognitivo, etc.), donde las variables que actúan en su composición
toman diferente papel en consideración de las hipótesis generadas por los
autores que han tratado estos temas.
No
obstante, puede apreciarse dos tendencias generales respecto a la formación de
estos nichos. Los que avalan el predominio de los valores genéticos con una
importante manifestación conductual innata (muy poco definida, salvo su origen
genético y su trasmisión generacional), y los que proponen un mayor componente
cultural en el desarrollo de nuestra conducta. El problema surge cuando
queremos comprender el grado de innatismo o de determinismo genético, o la
influencia medioambiental que tienen las teorías que lo exponen. La ambigüedad
o faltad de precisión es lo más patente, por lo que siempre hay que hablar de
generalidades. Ambos procesos causales siempre se producen juntos, pues no
tienen sentido en la actualidad intentar mantener posturas con total
independencia una de la otra.
Toda
conducta tiene una base biológica (genética) que la hace posible. Sin embargo,
cuando se habla de innatismo parece que se quiere manifestar la idea de que tal
conducta tiene una base genética que promueve su producción con independencia
(mayor o menor, nunca puede aclararse, pero si indicarse) de la influencia
medioambiental. Tal idea se recoge de la conducta de muchos animales, pues
en ellos siempre es muy parecida (por no decir igual) entre todos los miembros
de su grupo, y se produce de forma espontánea, como consecuencia de la
manifestación o expresión genética, aunque en diversas especies si existe un
comportamiento de base cultural o aprendida. La teoría sintética de la
evolución se aplica con toda su fuerza y aclara satisfactoriamente el proceso.
Sin embargo, su aplicación a la conducta humana presenta muchos problemas, pues
nuestro género tiene unas características conductuales muy diferentes del resto
de las demás especies biológicas, aunque es heredero evolutivo de ellas.
¿Qué es innato y qué
es adquirido en la conducta humana?
La
respuesta no puede nacer del resultado de nuestra introspección cognitiva, o de
un criterio basado en nuestras propias creencias. Debe de surgir del
conocimiento, lo más fundamentado posible, de la realidad funcional de nuestro
cerebro, consecuencia de un complejo proceso evolutivo dentro de variados
medios ambientales que lo posibilitaron (nichos humanos: ecológico, genético,
cultural, cognitivo, etc.).
Su
método debe ser ampliamente interdisciplinario. Este es el
método que mejor nos puede aclarar las cosas, pero es a la vez su principal
inconveniente, pues su realización es mucho más compleja de lo que podamos
imaginar, lo que solo puede apreciarse en su verdadera magnitud si se intenta
realizarlo, lo que realmente ocurre muy pocas veces. Voy a exponer las teorías
sobre los nichos humanos que más difusión han tenido en la actualidad.
I- Nicho cognitivo.
Con
un predominio genético o cierto innatismo en su producción, pero no se precisa
su realización. Tenemos como mayor exponente a S. Pinker (2010). Se define al
nicho ecológico humano como nicho cognitivo, queriendo resaltar la mayor
influencia de la cognición humana sobre las características funcionales de
estos nichos. Su fundamento se centra en una concepción innata de muchas de
nuestras capacidades cognitivas, las cuales han sido desarrolladas y moduladas
por la selección natural, para poder resolver problemas concretos de adaptación
a los que los humanos han tenido que enfrentarse con frecuencia. Las
habilidades claves serían dos: el uso del razonamiento causal para realizar
inferencias relativas a las contingencias propias del ambiente local, y la habilidad
para aprender unos de otros, gracias a la cual se reduce enormemente el coste
de adquirir la información necesaria para adaptarnos a las condiciones
ambientales propias de cada lugar (Pinker, 2010).
Esta
concepción sigue los parámetros de la Psicología evolutiva (Evolutionary
Psicology), la cual indica que el aprendizaje de las actividades humanas no
puede realizarse por la simple experiencia, siendo preciso que haya contenidos
innatos preexistentes para que tal proceso de aprendizaje pueda tener lugar.
Este modelo evolutivo plantea que la mente está formada por módulos que
resuelven problemas particulares y que han sido conformados por la evolución,
de la misma manera que los órganos y funciones fisiológicas son producto de la
evolución por selección natural de los caracteres físicos hereditarios (Fodor,
1983; Cosmides y Tooby, 1987; Tooby, y Cosmides, 2005). Sus ideas han servido
para que diversos arqueólogos confeccionasen teorías sobre el desarrollo
cognitivo en el Paleolítico (Mithen, 1996). En este contexto evolutivo se estaría
destacando la gran flexibilidad y capacidad para producir innovaciones que las
poblaciones humanas modernas adquirieron con la evolución, como capacidades
cognitivas seleccionadas evolutivamente (Kandel et al., 2015; d´Errico et al.,
2017).
El
principal problema que se plantea es qué se quiere decir exactamente con la
existencia de contenidos innatos preexistentes. Mientras no se aclaren lo mejor
posible tales indicaciones neurobiológicas, las discusiones entran en lo que
metafóricamente se han calificado de bizantinas.
II - La hipótesis del nicho cultural.
Si
aceptamos que la evolución neurológica moderna se adquirió con el inicio del Homo
sapiens hacia más de 150.000 años, por qué tardaron tanto en producirse los
cambios conductuales, pues la flexibilidad y creatividad son capacidades
cognitivas presentes en nuestro género. Ésta sería la paradoja cultural o sapient
paradox expresada por algunos autores (Renfrew, 2008). Las respuestas pasan por
dar más importancia a los factores culturales, desarrollando el concepto de nicho
cultural. Se fundamenta en que la hipótesis del nicho cognitivo de Pinker
(2010) sobreestima el papel innato dirigido por la selección natural de las
habilidades cognitivas humanas como responsables del éxito de la especie (Evolutionary
Psicology), y subestima el papel que en ese éxito ha jugado la cultura.
Esta
hipótesis ofrece mucha mayor importancia a la capacidad para aprender de los
demás, ya que nos ha permitido acumular información generación tras generación,
y desarrollar herramientas, creencias y prácticas que ningún individuo podría
desarrollar o inventar por sí mismo. La evolución cultural, al haber operado a
lo largo de generaciones, habría acumulado y combinado elementos de tal manera
que ha creado paquetes adaptativos (información cultural que permite sobrevivir
y procrear en un hábitat determinado) que pueden utilizar sin tener que
comprender los mecanismos de su realización (Boyd et al., 2011), y cuya
manifestación es la acumulación de multitud de información adquirida por todas
las generaciones que han conformado a la población humana del momento.
III - Concepto de nicho de Bickerton (2009)
Bickerton
propone que la construcción de nichos es clave para comprender el desarrollo
cultural, simbólico y lingüístico de las sociedades humanas. Su producción
implica a todos los componentes de la sociedad de una forma mucho más amplia y
válida de la que se pueda apreciar en los nichos de otros primates (e. g.,
chimpancés) (Odling-Smee et al., 2003).
En
este proceso se produce un mecanismo de retroalimentación mutua entre el
desarrollo cultural en todos sus aspectos (nicho, cambios de sus
características) y los cambios genéticos de sus creadores (evolución
morfológica). Los pobladores del nicho lo van cambiando, y estos cambios
cambian a los pobladores. Será un claro ejemplo del efecto Baldwin (Bateson,
2004). Esta teoría nos indica que el hiperdesarrollo de comportamientos
aprendidos que se da en los seres humanos es un caso de construcción de nicho.
Por supuesto, este proceso tendría una base genética, que Bickerton define
vagamente como un instinto desarrollado evolutivamente. Bickerton propone
identificar ese nicho y cómo contribuyó al origen del lenguaje y a la
humanización, por lo que el origen del lenguaje no tiene por qué deberse a
ningún cambio genético. El lenguaje es tanto cultural como biológico.
La
potencialidad genética para desarrollar una vida social y cultural compleja
existía, pero los genes no dictan el comportamiento, simplemente lo posibilitan.
Son las circunstancias las que determinan si esas posibilidades se realizan, y cuándo.
El ecosistema se asegura de que quienes tienen una conducta principalmente
genética y no se altera con los cambios del entorno, sean eliminados (selección
natural).

Serán
los nichos los que determinarán cómo se manifestarán los genes (expresión
fenotípica). La teoría de construcción de nichos indica que aunque sea de forma
indirecta, el nicho que hace necesario cierta conducta específica (e. g., el
lenguaje) para la supervivencia del grupo, es el que se requiere para el origen
y desarrollo de tal conducta (Odling-Smee et al., 2003). Si una especie está perfectamente
acomodada a su nicho ecológico favorecerá la estasis de la especie. Pero si
algo cambia súbitamente, se requiere la rápida construcción de un nuevo nicho,
es decir, de favorecer las expresiones genéticas que puedan crear un nuevo
nicho que permita la supervivencia (selección natural).
La
teoría de construcción de nichos explica por qué, desde el último antepasado
común de los humanos y los simios, ha habido tantas especiaciones en nuestra
línea, y tan pocas en la línea de los simios. La rama de los simios vivía en un
entorno inalterado y se quedó felizmente en los nichos que ya ocupaban. Nuestra
rama se vio forzada a construir más y más nichos nuevos, a medida que sus
capacidades se ampliaban con construcciones sucesivas. La construcción sucesiva
de nichos significaba que podíamos evolucionar in situ, sin esperar a que la
separación geográfica desencadenase el proceso de especiación. El proceso de
construcción de nichos fue lo que impulsó nuestras sucesivas especiaciones y
nos hizo lo que somos.
El
nicho crea la inteligencia, no de forma generalizada, sino la clase de
inteligencia especializada que necesite el nicho. La teoría de Bickerton está
por tanto en sintonía con otras teorías modernas en este aspecto: no coloca
primero el desarrollo de la inteligencia, y después conductas específicas (e.
g., lenguaje), sino al revés. El lenguaje, surgido por necesidades ecológicas
en una especie no privilegiadamente inteligente, llevó de modo complejo a un
desarrollo mental y cerebral. No es el cerebro desarrollado el que explica la
aparición del lenguaje, sino el lenguaje el que explica la aparición del
cerebro humano desarrollado (Kenneally, 2007).
IV - El nicho humano según Tomasello (1999)
Todas
las poblaciones humanas viven en un nicho ecológico, donde existe una doble
herencia: biológica y cultural. En él, la cognición humana se desarrolla
normalmente, y sin el cual muy probablemente no llegaría a desarrollarse
plenamente.
Considera
que, aunque conocemos la utilización de herramientas en animales no humanos
(uno de los principales signos de rasgos culturales), solo en los humanos se
produce la evolución cultural acumulativa y el efecto trinquete, esto es, la
acumulación progresiva e innovadora de mejoras a lo largo de su desarrollo
histórico. Sin embargo, algunos estudios recientes permiten reafirmar el continuum
animal-humano y extender la cultura acumulativa a otros animales, pero
con grandes diferencias (e. g., Caicedo, 2016).
Sin
embargo, a diferencia de las demás especies, la capacidad de aprendizaje social,
las capacidades cognitivas generales y el lenguaje humano permiten que la
construcción de este nicho sea un proceso de permanente acumulación y
transformación, en el que los procedimientos, las herramientas y las ideas se
van mejorando de generación en generación. En este contexto, lo específicamente
humano sería la colaboración, la comunicación y el más restringido aprendizaje
social. Estas características surgen como adaptaciones para responder
eficazmente ante la compleja diversidad en la construcción de un nicho cultural.
Entiende
a la cultura como un nicho ontogenético (nicho genético-cultural), consecuencia
de que se hereda el genoma, pero también el entorno (cultura). Los seres
humanos están diseñados para vivir en un determinado tipo de entorno social.
Este tipo de entorno social es lo que llamamos cultura, y es simplemente el nicho
ontogenético para el desarrollo humano, típico de la especie y exclusivo de
ella. El entorno cultural humano establece un determinado contexto para el
desarrollo cognitivo de los niños, que lo caracteriza como un habitus
cognitivo y como fuente de instrucción activa por parte de los adultos.
En primer lugar, las personas que integran un grupo social dado viven de cierto
modo, podemos llamar a eso el habitus del desarrollo de los niños. Al compartir
las prácticas normales de las personas con quienes viven los niños tienen
determinadas experiencias y no otras. El habitus produce efectos directos en el
desarrollo cognitivo, y podemos ciertamente imaginar los estragos que causaría
en el desarrollo cognitivo del niño la carencia de algunos componentes de esa
materia prima.
Los
estudios realizados con primates (orangutanes, chimpancés, bonobos) parecen
evidenciar que el comportamiento altruista de los seres humanos no es producto
del ambiente cultural que nos caracteriza. Este comportamiento altruista se
compone de tres acciones: ayudar, informar y compartir, que no estarían
determinadas por la intervención de los padres u otra forma de socialización,
sino que responderían a una tendencia innata que es moldeada posteriormente. Todo
esto exige ponerse en el lugar del otro, imaginar al otro y lo que el otro
piensa o imagina; en definitiva, lo que alguien ha llamado una teoría de la
mente. El mutualismo, pues, como sustento del altruismo, así como de los
juicios normativos (derechos y obligaciones), división del trabajo y asignación
de estatus. Es decir, que pensar juntos para llevar a cabo actividades
cooperativas es el origen de la cultura. Tomasello (2010) piensa que el
lenguaje es una facultad construida por nuestra inclinación, innata, a cooperar
y comunicarnos.
Se
sostiene que la evolución cultural acumulativa depende del aprendizaje imitativo
y, tal vez, de la enseñanza activa impartida por los adultos, y que no puede
ser producida mediante formas más débiles de aprendizaje social, como la
intensificación local, el aprendizaje por emulación o la ritualización
ontogenética, ni por ninguna forma de aprendizaje individual. La razón de ello
es que la evolución cultural acumulativa depende de dos procesos, la innovación
y la imitación que deben tener lugar en un proceso dialectico a lo largo del
tiempo de manera tal que un paso dado en el proceso posibilite el paso
siguiente. El propósito de la metáfora del trinquete es captar el hecho de que
el aprendizaje imitativo (con o sin enseñanza activa) posibilita el tipo de
transmisión fiel necesario para mantener la nueva variante en el grupo, a fin
de proveer una plataforma para otras innovaciones; estas innovaciones pueden
ser, en mayor o menor grado, de carácter individual, o bien social y
cooperativo.
V – Nicho humano en el Estructuralismo funcional (Arqueología
cognitiva)
Un
último aporte sobre este complejo proceso lo realiza la Arqueología cognitiva
(Estructuralismo funcional) de carácter interdisciplinario, incorporando al
estudio de la evolución conductual humana los procesos de evolución cognitiva que
ya vimos que no es paralela a la evolución anatómica. El Estructuralismo
funcional indica que el desarrollo cognitivo del género Homo, además de la
propia neuroevolución propia del linaje humano, se produce mediante la
influencia del medio ambiente cultural, produciéndose un desarrollo cognitivo
y, por tanto, con importantes cambios conductuales. Sería la hipótesis del nicho
cognitivo-cultural (Rivera y Menéndez, 2011). Sin embargo, el fundamento
psicobiológico (evolutivo, neurológico y psicológico) es muy diferente a los
seguidos en la explicación del nicho cognitivo (Pinker, 2010). Uno de los
enfoques más aceptados de la Psicología cognitiva corresponde al denominado Procesamiento
de la información, que se asocia a la concepción del ser humano como un sistema
neurológico capaz de recibir, procesar, almacenar y recuperar la información
que le llega a través de sus sentidos (González Labra, 1998). Conceptualmente
se basa en que todo proceso mental o cognoscitivo tiene como origen la
información que previamente el cerebro ha tenido que recibir y procesar
(Leahey, 1980; Klahr, 1992).
Al
ser herederos evolutivos de nuestros ancestros primates es difícil asumir que
en el inicio del desarrollo humano se produjeron cambios neurológicos
específicos (mutaciones determinadas y precisas) que desarrollasen las nuevas
conductas que vemos en el registro arqueológico. Los recientes datos que
tenemos sobre la evolución neurológica nos indican que el aumento cerebral
proporcionaba una mayor potencialidad neuronal y sináptica, a partir de las
aferencias externas (sensaciones) e internas (recuerdos de memoria, emociones),
formando las redes neurales responsables de nuevas estructuras de conducta
(cognición causal). Este aumento se produce dentro de una ordenación jerárquica
funcional, cuyo fundamento es que las áreas de asociación secundarias y
terciarias se vayan estructurando (formación de redes neuronales) para la
realización de las diferentes funciones cognitivas (coevolución cognitiva). La estructuración
funcional de nuestro cerebro (componente innato) se realiza en función de las
aferencias que le llagan del medio ambiente (nicho humano). En principio (sin
conocer bien cuál fue la causa y el efecto) se produciría un mecanismo de retroalimentación
mutuo (similar al de Bickerton, 2009, pero con diferentes parámetros) entre el desarrollo
cultural que conforman el nicho humano y los cambios cognitivos (exaptación,
coevolución y emergencia cognitiva) que producirían. Las mejoras adaptativas
que se consigan favorecerán (selección natural) los siguientes cambios
genéticos que mejor se adapten a este nuevo nicho (efecto Baldwin. Bateson,
2004), volviendo a repetir el ciclo de aumento de mayor capacidad funcional
dentro de la jerarquización neurológica creada y heredada. En realidad el
proceso de retroalimentación parece ser un equilibrio a tres bandas: evolución
neurológica jerarquizada (base neurológica de características innatas), evolución
cognitiva (exaptación, coevolución y emergencia cognitiva) y reiterados cambios
del medio ambiente (nicho humano o cognitivo-cultural). El proceso se repetiría
siempre en cada recién nacido, que haría suyo las características del medio en
el nace y crece, siendo la base psicológica de la enorme capacidad de
adaptación de nuestro Género.

Conclusión y discusión
Sin
duda, los principios que han ido creando las diferentes definiciones de nichos
(ecológico, cognitivo, cultural y cognitivo-cultural) tienen validez en sí
mismos, pues no pueden excluir a los demás. Incluso, como se ha podido
comprobar, existen conceptos, ideas y conexiones muy parecidas entre todos
ellos. Sin embargo, la gran diferencia que puede inclinar la balanza a uno más
que a otros sería la fundamentación en la que se basa. Los conocimientos evolutivos
(genética de la neuroevolución), neurológicos (estructura jerarquizada,
funcionalidad dependiente de las aferencias que le lleguen al cerebro), psicológicos
(desarrollo del lenguaje como forma de realizar una estructuración funcional
del cerebro, acumulación y transmisión ordenada de la información que las
sociedades van acumulando en su acerbo cultural) y sociales (la imperiosa
necesidad de crecer en un nicho social adecuado si se quiere obtener un
desarrollo psicológico optimo), nos ofrecen unos datos que siempre hay que
tener presentes.
Solo
en una adecuada interconexión teórica podemos adquirir un preciso conocimiento
de las características medioambientales (nicho ecológico y cognitivo-cultural)
que influyeron en el desarrollo cognitivo en el linaje humano. Por tanto, es
necesario elaborar un método interdisciplinar que nos permita seguir la
evolución cognitiva humana dentro del nicho cognitivo cultural, por medio de los
parámetros de cambio que puedan establecerse dentro de él.
-
Banks, W. E.; d´Errico, F. y Zilhão, J. (2013). Corrigendum to “Human-climate
interaction during the Early Upper Palaeolithic: Testing the hypothesis of an
adaptive shift between the Proto-Aurignacian and the Early Aurignacian” Journal
of Human Evolution, Volume 64, Issue 1: 39-55.
-
Bateson, P. (2004). The Active Role of Behavior in Evolution. Biology and
Philosophy 19: 283-298.
-
Bickerton, D. (2009). Adam´s Tongue: How Humans Made Language, How Language
Made Humans. Hill and Wang. New York.
-
Boyd, R.; Richerson, P. J. y Henrich, J. (2011). The cultural niche: Why social
learning is essential for human adaptation. PNAS 108 suppl 2: 10918-10925.
-
Caicedo, O. D. (2016). Evolución cultural acumulativa y ‘efecto trinquete’ en
animales no humanos. Una objeción a Tomasello. Contrastes, vol. XXI-Nº1.
-
Cosmides, L. y Tooby, J. (1987). From evolution to behavior: Evolutionary
psychology as the missing link. In J. Dupre (ed.), The latest on the best:
Essays on evolution and optimality (Cambridge, MA: The MIT Press).
-
d´Errico, F. y Stringer, Ch. B. (2011). Evolution, revolution or saltation
scenario for the emergence of modern cultures? Philosophical Transactions B.
366, 1060-1069.
-
d´Errico, F.; Banksa, W. E.; Warrend, D. L.; Sgubine, G.; Niekerkb, K.;
Henshilwoodb, Ch.; Daniaue, A-L. y Sánchez Goñie, M. F. (2017). Identifying
early modern human ecological niche expansions and associated cultural dynamics
in the South African Middle Stone Age. PNAS, vol. 114, no. 30: 7869–7876.
-
Fodor, J. A. (1983). The Modularity of Mind. Cambridge, Mass. MIT Press.
-
González Labra, M. J. (1998). Introducción a la Psicología del Pensamiento.
Trotta. Valladolid.
-
Kandel, A.; Bolus, M.; Bretzke, K.; Bruch, A.; Haidle, M.; Hertler, Ch. y
Märker, M. (2015). Increasing Behavioral Flexibility? An Integrative
Macro-Scale Approach to Understanding the Middle Stone Age of Southern Africa. J
Archaeol Method Theory. Vol. 22, (2).
-
Kenneally, Ch. (2007).The First Word, New York: Penguin,
-
Klahr, D. (1992). Information-processing approach to cognitive development. In
M. Bornstein y M. Lamb (Eds.), Developmental Psychology: An advanced textbook.
3ª ed. Hillsdale, NJ: Erlbaum.
-
Leahey, T. (1980): A History of Psychology: Main Currents in Psychological
Thought. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
-
Mithen, S. J. (1996): The prehistory of the mind: a search for the origins of
art, religion, and science. Thames and Hudson. London.
-
Odling-Smee, F. J.; Laland, K. N and Feldman, M. N. (2003). Niche Construction:
The Neglected Process in Evolution. NJ: Princeton University Press. Princeton.
-
Pinker, S. (2010). The cognitive niche: Coevolution of intelligence, sociality,
and language. Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 107, suppl.
2: 8993–8999.
-
Renfrew, C. (2008). Neuroscience, evolution and thesapient paradox: the factuality
of value and of the sacred. Phil. Trans. R. Soc. B 363, pp. 2041-2047.
-
Rivera, A. y Menéndez, M. (2011). Las conductas simbólicas en el Paleolítico.
Un intento de comprensión y análisis desde el estructuralismo funcional. Espacio,
Tiempo y Forma, Nueva temporada, 4.
-
Tooby, J. y Cosmides, L. (2005). Evolutionary psychology: Conceptual
foundations. In D. M. Buss (ed.), Handbook of Evolutionary Psychology (New
York: Wiley).
-
Tomasello, M. (1999). The Cultural Origins of Human Cognition. Harvard University
Press.
-
Tomasello, M. (2010). ¿Por qué cooperamos? Katz editores.