En el
modelo del desarrollo psicobiológico expuesto en la anterior entrada ya se
mencionaba el diferente origen y desarrollo que pueden tener las capacidades
cognitivas humanas. Esta diferenciación estaría fundamentada en la inmadurez
neurológica, la gran plasticidad del sistema nervioso y
la existencia de un periodo crítico para el desarrollo de ciertas
capacidades cognitivas. Estas características psicobiológicas son
las responsables que desde el mismo momento del nacimiento se vaya a producir una organización
psicológica, la cual depende
de tres factores fundamentales en la futura conducta del neonato.
- Primero, de las capacidades cognitivas
primarias (creatividad, memoria, funciones ejecutivas, motivación,
etc.) que la evolución haya otorgado, por medio de la herencia genética del
nuevo ser. Estas capacidades siempre se manifiestan, aunque con su uso, sobre
todo si es adecuado, se produce un mejoramiento de su rendimiento.
- Segundo, de las características funcionales que
tenga el sistema nervioso creado, es decir, de la forma particular de responder
al medio ambiente que tenga ese cerebro en particular, correspondiendo a lo que
en psicología se denomina como temperamento, con un carácter
igualmente innato aunque moldeable, en parte, por la influencia ambiental.
- Tercero, con la influencia de los estímulos
externos se produce la adquisición e interiorización del simbolismo del
lenguaje, facilitando el desarrollo funcional del pensamiento
(lenguaje interno). Este proceso, cuando adquiere las características
precisas, faculta el desarrollo de los procesos cognitivos de
características emergentes o exaptativas, entre las que destaca por su
importancia la autoconciencia. La unión funcional de todos estos
procesos van a dar lugar a un importante cambio conductual, tanto
en el simbolismo de sus actos como en el control de los mismos.
Como puede apreciarse
en las tres existe una relación directa, en mayor o menos grado, para su
desarrollo con el medio ambiente. Así, durante la infancia, juventud y madurez
del ser humano se van a producir una serie de interrelaciones entre sus características
neurológicas y los estímulos externos de todo tipo
(sociales, psicológicos, lingüísticos etc.). La consecuencia de tales hechos va
a tener una gran trascendencia, como sería trasformar el aumento
cuantitativo de las áreas corticales asociativas (logrado por la
evolución) en módulos
funcionales por medio de una estructuración cualitativa, lo
que daría lugar a las emergencias cognitivas. Las sociedades
humanas, como creadoras de todas las estructuras socioculturales y de todos los
componentes abstractos y simbólicos del lenguaje, son las responsables del
desarrollo cognitivo de los recién nacidos. Sin embargo, al producirse de una
forma casi imperceptible gracias a su alta capacidad de asimilación y/o
aprendizaje que presenta nuestra especie, parece más una manifestación innata
que una reorganización psicobiológica dependiente de las características del
medio en el que se desarrolla.
Con ello, se produce
un desarrollo cognitivo moderno, donde el pensamiento humano estaría organizado
por las propias características del lenguaje (en la forma con
el lenguaje interno, y en el fondo con el simbolismo que pueda
llevar). Así, es capaz de seguir creando un mundo simbólico,
de ofrecer soluciones nuevas a los problemas cotidianos por medio de las
modificaciones sustanciales de su conducta. Se producirían los aspectos
culturales modernos, es decir, el desarrollo de una conducta simbólica, y la creación de las formas culturales propias de un mundo moderno.
El desarrollo cognitivo (fundamentado sobre los avances culturales, sociales y simbólicos de épocas anteriores) que caracteriza a nuestra especie, parece que tiene el carácter de emergencia cognitiva, es decir, aparece con unas características psicobiológicas que no se pueden prever de la conducta observada en las primeras poblaciones humanas hace unos 150.000 años. Con gran posteridad al inicio de nuestra especie (Paleolítico superior, sobre el 40.000 BP en Europa) se produce una situación medioambiental, social, demográfica, tecnológica y cognitiva especial que, en conjunto, no se había presentado nunca con anterioridad. Todos estos factores van a producir situaciones nuevas, que requieren soluciones diferentes a las que tradicionalmente se utilizaban en ese preciso momento. El concepto de emergencia, y más aún el de carácter cognitivo, es un concepto que tiene muy poco tiempo de desarrollo científico. Sobre el primero (emergencia) John R. Searle, en su libro “El misterio de la conciencia” ofrece una definición muy precisa (2000):
El concepto de emergencia cognitiva
El desarrollo cognitivo (fundamentado sobre los avances culturales, sociales y simbólicos de épocas anteriores) que caracteriza a nuestra especie, parece que tiene el carácter de emergencia cognitiva, es decir, aparece con unas características psicobiológicas que no se pueden prever de la conducta observada en las primeras poblaciones humanas hace unos 150.000 años. Con gran posteridad al inicio de nuestra especie (Paleolítico superior, sobre el 40.000 BP en Europa) se produce una situación medioambiental, social, demográfica, tecnológica y cognitiva especial que, en conjunto, no se había presentado nunca con anterioridad. Todos estos factores van a producir situaciones nuevas, que requieren soluciones diferentes a las que tradicionalmente se utilizaban en ese preciso momento. El concepto de emergencia, y más aún el de carácter cognitivo, es un concepto que tiene muy poco tiempo de desarrollo científico. Sobre el primero (emergencia) John R. Searle, en su libro “El misterio de la conciencia” ofrece una definición muy precisa (2000):
"Una propiedad
emergente de un sistema es una propiedad que se puede explicar causalmente por
la conducta de los elementos del sistema; pero no es una propiedad de ninguno
de los elementos individuales, y no puede explicar simplemente como un agregado
de las propiedades de estos elementos. La liquidez del agua es un buen ejemplo:
la conducta de las moléculas de H2O explica la liquidez, pero las moléculas
individuales no son líquidas".
Este concepto es consustancial con
la naturaleza (tanto inorgánica como biológica), pues de la unión de cualquier
elemento químico resulta otro con diferentes propiedades fisicoquímicas, así de
la unión de ciertas capacidades cognitivas aparecen (emergen) otras capacidades
con nuevas propiedades cognitivas. La autoconciencia o conciencia reflexiva
puede ser un claro ejemplo de tal proceso y, sin duda, uno de los aspectos
menos conocidos (tanto en sus facetas psicobiológicas, como en su forma de
aparición histórica) y que más trascendencia ha tenido para nuestra cultura.
La autoconciencia
reflexiva
La Filosofía y la Ciencia siempre se han interesado por la compleja y
esquiva cualidad humana que más nos autodefine, es decir, por la
autoconciencia. En este continuado intento, siempre se han utilizado los datos
que las ciencias más adecuadas para tal fin nos ofrecen, ya sea de forma
directa (Neurología y Psicología), o aparentemente complementarias (Biología
evolutiva, Genética, Lingüística, Sociología, etc.). Sin embargo, es posible
apreciar tres ausencias teóricas y metodológicas que han obstaculizado su
avance. Primero, se ha tratado de analizarla en el contexto de los seres
humanos actuales, olvidado muchas veces los datos importantes que sobre su
origen y posterior desarrollo nos ofrece la Arqueología, pues sin duda este
proceso hay que situarlo en los largos años de la evolución del género Homo,
donde el medio ambiente socio-cultural fue totalmente diferente al actual
en todos los conceptos. Segundo, en general siempre se ha obviado el papel de
la embriología dentro de los procesos evolutivos, así como de las
características psicobiológicas humanas que van a promover la autoconciencia
desde el mismo momento del nacimiento. Tercero, muchas veces ha faltado una
amplia integración doctrinal de las ciencias aplicadas, con el fin de formar
estudios interdisciplinarios y/o transdisciplinarios.
En este contexto, la Arqueología se ha preocupado principalmente por
el origen y las formas de desarrollo cultural acaecidos en la prehistoria, pero
pocas veces ha tratado de indagar sobre tan complejo tema, es decir, cómo y
cuándo surge dentro de la complejidad conductual humana (Carbonell
y Bellmunt, 2003: 20; Álvarez
Munárriz, 2005). No cabe duda de que se gestó a lo largo de la evolución del
género Homo, pero no es suficiente aceptar que es simplemente una
consecuencia de los mecanismos evolutivos, los cuales proporcionaban las
capacidades cognitivas propias de cada especie humana, siendo un epifenómeno
de la evolución neurológica o de su adaptación ecológica (Trigger, 1989). La
propia teoría de la evolución nos ofrece varios modelos de creación. Una,
determinada por la acción de la selección natural, como guía de las progresivas
mutaciones que permitieran una mayor adaptación. Otra, como consecuencia de un proceso evolutivo similar al modelo de los
equilibrios puntuados, seguidos por momentos críticos de reorganización
sistémica (Bak, 1996), a partir de los cuales se producirían nuevas emergencias
cognitivas y conductuales (Gelman, 1995).
Parece obvio, y las características psicobiológicas humanas así lo
indican, que la conciencia humana no pudo aparecer como un hecho cognitivo
aislado, sino junto con otros procesos psicobiológicos íntimamente relacionados
con ella. Son numerosos los autores que indican que el
pensamiento, el lenguaje y la conciencia debieron de tener una profunda relación en la
filogénesis humana (Vygotski, 1920; Luria, 1979; Belinchón et al. 1992;
Carbonell y Bellmunt, 2003; Mora, 2002), incluso que fue clave en el proceso
filogenético (Álvarez Munárriz, 2005). En
este sentido, su relación con la coevolución del pensamiento y del lenguaje
permitió el desarrollo de la conducta simbólica moderna (Damasio, 2010), siendo
la más clara manifestación de la conciencia que nos distingue de los demás
seres vivos. Sin embargo, existen
grandes dificultades para rastrear filogenéticamente la conciencia
(Ramírez-Goicoechea, 2005). Si está íntimamente relacionada con el pensamiento
y el lenguaje, y es una emergencia de la coevolución de estos u otros procesos
cognitivos, sólo podemos pensar en qué condiciones y disposiciones
medioambientales pueden establecerse para su aparición y desarrollo, y como
éstas pueden estar distribuidas en las especies de nuestro linaje. Con
estas premisas podemos preguntarnos sobre nuestra autoconciencia la siguiente
cuestión:
¿Es la autoconciencia
una facultad heredada que siempre se manifiesta en nuestra especie, o
corresponde a una capacidad evolutivamente adquirida, que se desarrolla gracias
a la influencia del ambiente social y cultural en el que nacemos y vivimos?
La Arqueología (la sapient
paradox de Renfrew, 2008) y los datos psicobiológicos actuales indican que
la relación de su aparición se establece con características psicobiológicas de
las capacidades cognitivas evolutivamente adquiridas y las particularidades
medioambientales en las que se vive. Con su desarrollo adecuado y mutua
interrelación, van a dar lugar a nuestra conciencia reflexiva. Sin un ambiente
adecuado tal propiedad cognitiva no se manifiesta, o lo hace de forma
inadecuada. En este sentido, sería la utilización de específicas informaciones
aprendidas del medio social, que facilitan el desarrollo de una conducta con características
especiales. Podríamos definirla, a pesar de la importante controversia que
existe al respecto, como el conocimiento subjetivo que tenemos sobre nuestros
propios procesos mentales, de la información que recibimos, de los actos que
realizamos y de nuestra relación con los demás. Por tanto, la conciencia
reflexiva o autoconciencia corresponde a una capacidad cognitiva, con cierto
carácter innato en función de su posibilidad de desarrollo, que para que se
manifieste en la conducta es necesario una estimulación y aprendizaje
adecuados, por medio de un entorno sociocultural concreto. De esta concepción
aparece el concepto de emergencia conductual.
Actualmente, son
muchos los autores que están de acuerdo que tal proceso es una propiedad
emergente del cerebro. El concepto parece nuevo, aunque tiene relación con la
concepción de exaptación evolutiva, pues se basa en el mismo principio, aunque
con enfoques diferentes (psicológicos y evolutivos). La conciencia reflexiva es pues una propiedad
emergente de la conducta (Álvarez Munárriz, 2005; Mora, 2001), resultante de la
unificación funcional de otras capacidades cognitivas (mecanismos de atención
seriados, memoria a corto plazo, emotividad, etc.) que, por sí solas, no
explican tal propiedad, pero la suma funcional de ellas daría lugar a las
propiedades de autoconciencia humana (Edelman y Tononi, 2000; Mora, 2001). El
desarrollo de la conciencia reflexiva se producirá cuando las capacidades
cognitivas lo permitan, y las características del medio ambiente sean las
adecuadas. Si en la actualidad tales condiciones parecen obvias, en la
prehistoria adquieren un protagonismo esencial. Las primeras van apareciendo
con la evolución física, mientras que las segundas hay que crearlas, teniendo
un desarrollo propio y diferente a la evolución neurológica.
¿Cuáles
son las características del medio ambiente que favorecen la emergencia de la
autoconciencia? Existen varias, y todas ellas relacionadas con los procesos
sociales que ocurren en las comunidades humanas, y por supuesto relacionadas
entre sí. Destacaré dos por ser las más importantes y que mejor se han
estudiado:
I.- El desarrollo del lenguaje. Las funciones del
lenguaje son varias (social, comunicativa y cognitiva), de ellas la tercera es
la menos conocida pero no por ello menos importante. La Función
cognitiva (comunicación interna) sería una
interacción cognitiva entre el lenguaje y el pensamiento, facilitando el
pensamiento racional por medio de diversos procesos internos, como son el
lenguaje interno, el pensamiento verbalizado, el lenguaje intelectualizado, el
procesamiento computacional de la información, el desarrollo de las capacidades
de abstracción, la simbolización, la conciencia reflexiva, el aprendizaje, etc.
La utilización del
lenguaje por parte del pensamiento conlleva la limitación de las
características del mismo, si éste es muy limitado en concepciones abstractas,
el pensamiento tendría igualmente cierta limitación en el uso de tales
conceptos abstractos no aprendidos. El lenguaje es el medio por el cual
aprendemos todos los conceptos abstractos (conceptos sobre la individualidad,
el tiempo, el espacio, la negación, religión, arte, etc.) que nuestra sociedad
haya podido ir creando a lo largo de su desarrollo. No podemos esperar que cada
niño, en su crecimiento y desarrollo particular, deba ir creando todas las
abstracciones que la sociedad ha originado a lo largo de su largo periplo
cultural. El lenguaje es el medio por el cual el niño, de una manera rápida,
guiada y ordenada, adquiere ese conjunto de abstracciones fundamentales en
nuestro medio social. Igualmente, dotamos a nuestro pensamiento de una herramienta
fundamental para poder desarrollar las capacidades cognitivas que nos
caracterizan (lenguaje interno). El niño, al ir asimilando las abstracciones
que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive,
dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema
nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen
(Belinchón et al. 1992; Vygotsky, 1920).
II.- El desarrollo de las sociedades humanas en todos sus
aspectos: social, económico, tecnológico, demográfico, etc. En
este contexto de desarrollo es donde se van a producir las abstracciones que
caracterizarían las cualidades del lenguaje, cuanto más complejas son las
actividades de la sociedad, más elaborado serían las abstracciones que el
lenguaje puede crear, recoger, almacenar y transmitir a las nuevas
generaciones. Todas estos procesos sociales y lingüísticos serían las que irían
creando y magnificando lo que el famoso neurocientífico Antonio Damasio (2010) ha denominado como autoconciencia autobiográfica, la cual expresada en la complejidad del lenguaje, contribuye de forma muy significativa a crear las estructuras principales de la conciencia humana. Toda autobiografía
estaría marcada por la adquisición de unos conceptos claves:
A
- El concepto de individualidad (social y, sobre todo, personal). Con él iniciamos el reconocimiento e interiorización de la
idea abstracta del yo / nosotros en relación con el concepto de tú / otros.
Pero tal emergencia conductual no es un todo o nada, sino un continuum ampliamente heterogéneo en el tiempo y en el espacio
geográfico. La individualidad depende de las características lingüísticas y
sociales en el que se vive, por lo que sus cualidades estarían condicionadas a
sus grandes desigualdades, las cuales están bien recogidas en la historia de
todas las sociedades humanas.
El concepto de individualidad
(social y, sobre todo, personal), que siempre se desarrolla
en un medio social, por lo que dependería de las características de éste. Con
este nuevo concepto iniciamos el reconocimiento e interiorización de la idea
abstracta del yo / nosotros en
relación con el concepto de tú / otros. La
identificación, tanto individual como colectiva, de esta propiedad se basa en
la noción de diferencia existente entre los individuos y grupos (Jenkins,
1996), que se traduce en la existencia universal de una palabra determinada
para referirse a uno mismo (yo), como así
lo expone el sociólogo alemán Norbert Elías (1990). Para su producción se
necesita una interacción social, tanto intra como intergrupal, de una forma
importante y continuada, que genere continuamente problemas de relación entre
los individuos del mismo grupo, y de estos con otros grupos. Igualmente, es
necesario el inicio de las diferencias sociales (tecnológicas, políticas,
religiosas, etc.) dentro del mismo grupo, desarrollando diferentes actividades
con características funciones, simbolización y actividad. Esta relación deberá
hacer hincapié en la diferenciación conceptual de esta confrontación, hasta
llegar a desarrollar una clara conceptualización de las ideas simbólicas del yo
y los otros, es decir, de la individualidad social y personal. Su producción
sería de tipo generacional, pues es preciso el recurso de muchas generaciones
para desarrollar plenamente dichos conceptos.
El proceso implicaría la paulatina
creación de cambios conductuales que resalten la diferencia entre unos y otros,
por parte de algunos elementos sociales con mayor capacidad para desarrollar
tales conceptos, siendo rápidamente adquiridos por los elementos más jóvenes
del grupo, que los asumirán como suyos propios (Hernando, 1999). Los primeros
avances, que la capacidad cognitiva humana debió desarrollar para crear un
mundo simbólico como el actual, serían el inicio de la propia identificación
social del grupo en contrapunto con la identificación de las demás poblaciones,
es decir, a la creación del concepto de la individualidad social. Con posterioridad
a su desarrollo, se iniciarían los criterios de individualidad personal o
diferencias particulares que surgen entre los elementos de un mismo grupo
humano (germen de la propia autoconciencia individual, tal y como la entendemos
en la actualidad). En su paulatino aumento de complejidad, darían lugar a
diferentes manifestaciones de tipo social, tecnológico, político y religioso
dentro del propio grupo (Elías, 1990; Hernando, 1999).
La conciencia humana está
fundamentada en la llamada teoría de la mente, es
decir, en la posesión de cierto conocimiento sobre la existencia de una vida
mental semejante a la nuestra en los otros componentes de la sociedad. En el
género Homo parece que siempre ha existido, con mayor o menor desarrollo, esta
propiedad cognitiva tan ligada al concepto de individualidad personal y/o
social. Al ser un proceso en el que intervienen varios sujetos, parece lógico
pensar que su desarrollo estaría condicionado a las características de relación
social. El concepto de la individualidad personal y social surgiría de la apreciación
de diferencias que puedan existir entre los miembros de un mismo
grupo, o entre poblaciones diferentes. (Rivera, 2005, 2009). Por supuesto, es
condición inexcusable que exista las diferencias necesarias para que se puedan
establecer tales distinciones. Éstas, más que apreciaciones biológicas con su
importancia entre poblaciones o especies diferentes, serían mayoritariamente
culturales (tecnológicas, sociales, conductuales, etc.), las cuales hay que
crearlas, pues no han existido siempre. Es preciso un cierto desarrollo
socioeconómico que origine ciertas diferencias, para que la individualidad
pueda desarrollarse. Con el progreso socioeconómico aparecen las necesidades
sociales de recalcar tales diferencias, es decir, de crear los adornos. Hasta
que estas condiciones no se presenten, es difícil creer en un simbolismo
básico, lo que parece corroborar los datos obtenidos por el registro
arqueológico.
B - El desplazamiento cognitivo
del tiempo y del espacio. El espacio se
objetiva con la referencia a objetos fácilmente
observables, inmóviles y permanentes del territorio donde se efectúe la acción. La idea
del espacio se estructura con ciertas características físicas o geográficas del
territorio donde se realiza la propia vida (montañas, ríos, árboles, etc.), y
donde se adquieren los elementos básicos de su subsistencia (caza, recolección,
materias primas, relaciones sociales, etc.). El tiempo
se realiza con la referencia de sucesos
móviles de carácter no humano, pero con un tipo de movimiento recurrente. El
concepto del tiempo nace del orden de sucesión de los hechos que tienen lugar
en el espacio ya mencionado (día y noche, estaciones, fases de la luna, etc.)
(Hernando, 1999).
Puede que no sepamos aún el exacto
funcionamiento neurológico de la conciencia, pero si sabemos muchas cosas sobre
su inicio y desarrollo psicobiológico dentro del género Homo. Una de las
claves estaría en el concepto de capacidades cognitivas emergentes, pues son
ellas las que más han aportado al desarrollo de nuestra compleja conducta.
* Álvarez Munárriz, L. (2005): La
conciencia humana. En: La conciencia humana: perspectiva cultural. Coord. Por
Luis Álvarez Munárriz, Enrique Couceiro Domínguez. Anthropos. Barcelona.
* Bak, P.
(1997): How Nature works. The science of self-organised criticality. New
york: Springer-Verlag.
* Belinchón, M.; Igoa, J. M. y
Riviére, A. (1992): Psicología del lenguaje. Investigación y teoría.
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* Carbonel, E. y Bellmunt, C. (2003): Los sueños de la evolución. Barcelona. National Geographic.
* Carbonel, E. y Bellmunt, C. (2003): Los sueños de la evolución. Barcelona. National Geographic.
* Damasio, A. (2010), Y el cerebro creó al hombre. Barcelona. Destino
* Gelman, S. (1995): “Living kinds not only by movement”. En D. Sperber
y D. Premack, (eds.) Causal cognition. New York.
* Elías, N. (1990): La sociedad
de los individuos. Barcelona. Península/Ideas.
* Jenkins, R. (1996): Social Identity. Nueva
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relación entre la construcción de la identidad y la complejidad socio-económica
en los grupos humanos”. Trabajos de
Prehistoria, 56 (2): 19-35.
* Luria, A. R. (1979): Conciencia y lenguaje.
Madrid. Pablo del Río.
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sabiduría. Tiempos y espacios en el cerebro humano. Madrid. Alianza.
* Mora, F. (2002): Cómo funciona
el cerebro. Madrid. Alianza.
* Ramírez-Goicoechea, E. (2005): “Orígenes complejos de la conciencia:
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Álvarez Munárriz (ed.), La conciencia humana: perspectiva cultural.
Barcelona. Anthropos, pp: 93-135.
* Renfrew, C. (2008): “Neuroscience, evolution and the
sapient paradox: the factuality of value and of the sacred”. Phil. Trans. R. Soc. B 363, pp. 2041-2047
* Rivera, A. (2005): Arqueología
cognitiva. El origen del simbolismo humano. Madrid. Arcos/Libros
* Rivera,, A. (2009): Arqueología
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Searle, J. R. (2000): El misterio de la conciencia. Paidos. Barcelona.
* Trigger, B. G. (1989): A History of Archaeological Thought. Cambridge. Cambridge
University Press.
* Vygotsky, L. S. (1920): El desarrollo de los procesos psicológicos
superiores. Barcelona. Crítica.
El ser, la realidad, te fue dada, te es dada, impuesta y decretada por el nombre, la idea, (el verbo divino, al decir de todas las religiones)
ResponderEliminarCon él, te imponen la forma y el lugar, las restricciones y los limites, de tu ser decretado, del cual mirar, entender, asociar, observar, desear, amar, sufrir, sumar y restar, contar y experimentar, obedecer y responder.
En cuanto se te imponen las acciones, limitaciones y necesidades de tu forma, asilada nombrada, desvinculada de presenciar.
Se te da la forma, de relacionarte, como isla, singularidad mental, con la restante acción y fluidez de cosa, mundos de acciones y fenómenos sin nombre, en tanto esto, sin determinación.
Mientras no tengamos nombre, o el hecho de no tener nombre, implica, para este orden cosmos mental, que no existimos, no contamos, como subyacentes y faltos de realidad.
Ni para nosotros mismos, ni para el mundo mental, que nos rodea, ya que nadie se ha fijado y nos ha fijado, atado y ligado, al mundo de convenciones mentales, a una realidad simbólicamente solidificada, como alguien ubicable, palpable, ostensible, a parir del nombre, la convención significativa, espacial, temporal del mismo.
El ser nuestro, al decir de un ser mental, de cada uno de nosotros, es determinado por la mirada de quien nos ampara, mira, trae al mundo, concibe sobre la realidad, el mundo mental, simbolizado representativo, por la acción mental conceptiva del horizonte y realidad como de los objetivos y las necesidades de la lengua, que se adjetivan, objetivan atreves de la palabra, la mirada, el nombre.
Dotándosenos a partir de entonces, de un lugar, una espacialidad, una temporalidad referencial, relacionada con ese lugar y con esa forma creada y sostenida, definida por el nombre, te podrás mover con la forma, arrastrando tu nombre, llevando tu lugar, es decir con la jaula, el espacio, el lugar, originado establecido por el nombre, ser en función de ese espacio conceptual, pero no podrás violar las leyes constitutivas de lo jurídico, moverte y relacionarte con todo un mundo de cosas que escapan al nombre.
A las definiciones establecida y dadas, a las diferencias y las formas creadas y limitadas, por el mundo mental, que se adjetiva, objetiva, el mundo mental para dominar precisa captura encerrar, parcelar, fragmentar, la realidad en sus nombres, para posesionarse sobre ella en tanto que actuar, para por medio de ello poder mover usar empelar tal realidad, es un imposible poder mover, abusar, manejar y disponer de un mundo que no se pude fragmentar.
Una realidad que no se pueda dividir en una multitud de conceptos. Que no se encuentra definida ni dividida en sus nombres, que escapaba a sus definiciones, a las formas metales que se le imponen, que se vomitan y establece esparcen por la boca, se conciben y reproducen por la lengua, cuando es por ella que a la realidad se la fragmenta. Recién esto tal cosa, atrapada en su forma, limitada y reducida a su nombre, se deja domesticar, se pude someter y empelar.
Se le llama humanización, a esta limitación fragmentación de la realidad, dada y definida por nuestros dioses, padres, y nombres, ya que son nuestros padres, atrapados como tales, en su propia construcción mental, por su propio nombre, los que nos la dan, nos trasmite la herencia de su condena, los limites y las limitaciones de su pena, de su mundo y realidad, de su miseria y pobreza, cuando no las de su “riqueza”.
ResponderEliminarCuando nos bautizan en el ser, con el nombre, este nombre, este lugar, esta realidad fragmentada, experimental que represento, y que he asumido experimentar, por la adquisición y adopción mental del y los nombres que se me dan.
Realidad mundo imaginario concebido por los términos, a la que me encuentro sometido adatado, mentalmente destinado, mentalmente subordinado limitado, ya que he tomado, asumido la realidad y las limitaciones que me son dadas, como propias, por las propiedades y las capacidades propias, atribuidas a los nombres.
Y, que me veo en la obligación de asumir, interiorizar con mi capacidades y cualidades propias, con la aceptación e incorporación como el manejo mental de mi nombre, podemos decir que el niño cuando responde a su nombre, ya perdió sacrifico su libertad renunciando a ella en la media que asume el mundo mental imaginario de su progenitores.
Es muy difícil, que un estado, o la acción mental de un estado mental, pueda manejarse y orientarse, en y sobre el mundo sin los nombres, los conceptos, los signos referenciales de todas las cosas, fragmentadas y diferenciadas por los mismos.
El desafío es si nuestra mente, pude ir y desarrollarse más allá de las limitaciones mentales establecida por los propios nombres y conceptos, dirigidos hacia todas las cosa mentalmente manejadas, creadas y definidas, social y culturalmente, por la acción productiva de la mente.
Como el desafío y el sentido de todo no es regresar al paleolítico, pero si tal vez superar esta era simbólica, no despreciándola ni abandonándola definitivamente, pienso en una subjetividad pos simbólica que alterna entre la realidad y no realidad simbólica, más compleja que la subjetividad simbólica, fuertemente determinada, que no pude funcionar operar con la discontinuidad, es decir con la inexistencia. En tanto esto nuestra singularidad funcional operacional tradicional se funda en la continuidad y linealidad simbólica como histórica.
Un saludo
Eduardo Coli