sábado, 16 de marzo de 2013

La autoconciencia como capacidad cognitiva emergente

En el modelo del desarrollo psicobiológico expuesto en la anterior entrada ya se mencionaba el diferente origen y desarrollo que pueden tener las capacidades cognitivas humanas. Esta diferenciación estaría fundamentada en la inmadurez neurológica, la gran plasticidad del sistema nervioso y la existencia de un periodo crítico para el desarrollo de ciertas capacidades cognitivas. Estas características psicobiológicas son las responsables que desde el mismo momento del nacimiento se vaya a producir una organización psicológica, la cual depende de tres factores fundamentales en la futura conducta del neonato. 

- Primero, de las capacidades cognitivas primarias (creatividad, memoria, funciones ejecutivas, motivación, etc.) que la evolución haya otorgado, por medio de la herencia genética del nuevo ser. Estas capacidades siempre se manifiestan, aunque con su uso, sobre todo si es adecuado, se produce un mejoramiento de su rendimiento.

- Segundo, de las características funcionales que tenga el sistema nervioso creado, es decir, de la forma particular de responder al medio ambiente que tenga ese cerebro en particular, correspondiendo a lo que en psicología se denomina como temperamento, con un carácter igualmente innato aunque moldeable, en parte, por la influencia ambiental.

- Tercero, con la influencia de los estímulos externos se produce la adquisición e interiorización del simbolismo del lenguaje, facilitando el desarrollo funcional del pensamiento (lenguaje interno). Este proceso, cuando adquiere las características precisas, faculta el desarrollo de los procesos cognitivos de características emergentes o exaptativas, entre las que destaca por su importancia la autoconciencia. La unión funcional de todos estos procesos van a dar lugar a un importante cambio conductual, tanto en el simbolismo de sus actos como en el control de los mismos.

Como puede apreciarse en las tres existe una relación directa, en mayor o menos grado, para su desarrollo con el medio ambiente. Así, durante la infancia, juventud y madurez del ser humano se van a producir una serie de interrelaciones entre sus características neurológicas y los estímulos externos de todo tipo (sociales, psicológicos, lingüísticos etc.). La consecuencia de tales hechos va a tener una gran trascendencia, como sería trasformar el aumento cuantitativo de las áreas corticales asociativas (logrado por la evolución) en módulos funcionales por medio de una estructuración cualitativa, lo que daría lugar a las emergencias cognitivas. Las sociedades humanas, como creadoras de todas las estructuras socioculturales y de todos los componentes abstractos y simbólicos del lenguaje, son las responsables del desarrollo cognitivo de los recién nacidos. Sin embargo, al producirse de una forma casi imperceptible gracias a su alta capacidad de asimilación y/o aprendizaje que presenta nuestra especie, parece más una manifestación innata que una reorganización psicobiológica dependiente de las características del medio en el que se desarrolla.

Con ello, se produce un desarrollo cognitivo moderno, donde el pensamiento humano estaría organizado por las propias características del lenguaje (en la forma con el lenguaje interno, y en el fondo con el simbolismo que pueda llevar). Así, es capaz de seguir creando un mundo simbólico, de ofrecer soluciones nuevas a los problemas cotidianos por medio de las modificaciones sustanciales de su conducta. Se producirían los aspectos culturales modernos, es decir, el desarrollo de una conducta simbólica, y la creación de las formas culturales propias de un mundo moderno.

El concepto de emergencia cognitiva

El desarrollo cognitivo (fundamentado sobre los avances culturales, sociales y simbólicos de épocas anteriores) que caracteriza a nuestra especie, parece que tiene el carácter de
emergencia cognitiva, es decir, aparece con unas características psicobiológicas que no se pueden prever de la conducta observada en las primeras poblaciones humanas hace unos 150.000 años. Con gran posteridad al inicio de nuestra especie (Paleolítico superior, sobre el 40.000 BP en Europa) se produce una situación medioambiental, social, demográfica, tecnológica y cognitiva especial que, en conjunto, no se había presentado nunca con anterioridad. Todos estos factores van a producir situaciones nuevas, que requieren soluciones diferentes a las que tradicionalmente se utilizaban en ese preciso momento. El concepto de emergencia, y más aún el de carácter cognitivo, es un concepto que tiene muy poco tiempo de desarrollo científico. Sobre el primero (emergencia) John R. Searle, en su libro “El misterio de la conciencia” ofrece una definición muy precisa (2000):

"Una propiedad emergente de un sistema es una propiedad que se puede explicar causalmente por la conducta de los elementos del sistema; pero no es una propiedad de ninguno de los elementos individuales, y no puede explicar simplemente como un agregado de las propiedades de estos elementos. La liquidez del agua es un buen ejemplo: la conducta de las moléculas de H2O explica la liquidez, pero las moléculas individuales no son líquidas".

Este concepto es consustancial con la naturaleza (tanto inorgánica como biológica), pues de la unión de cualquier elemento químico resulta otro con diferentes propiedades fisicoquímicas, así de la unión de ciertas capacidades cognitivas aparecen (emergen) otras capacidades con nuevas propiedades cognitivas. La autoconciencia o conciencia reflexiva puede ser un claro ejemplo de tal proceso y, sin duda, uno de los aspectos menos conocidos (tanto en sus facetas psicobiológicas, como en su forma de aparición histórica) y que más trascendencia ha tenido para nuestra cultura.

La autoconciencia reflexiva

La Filosofía y la Ciencia siempre se han interesado por la compleja y esquiva cualidad humana que más nos autodefine, es decir, por la autoconciencia. En este continuado intento, siempre se han utilizado los datos que las ciencias más adecuadas para tal fin nos ofrecen, ya sea de forma directa (Neurología y Psicología), o aparentemente complementarias (Biología evolutiva, Genética, Lingüística, Sociología, etc.). Sin embargo, es posible apreciar tres ausencias teóricas y metodológicas que han obstaculizado su avance. Primero, se ha tratado de analizarla en el contexto de los seres humanos actuales, olvidado muchas veces los datos importantes que sobre su origen y posterior desarrollo nos ofrece la Arqueología, pues sin duda este proceso hay que situarlo en los largos años de la evolución del género Homo, donde el medio ambiente socio-cultural fue totalmente diferente al actual en todos los conceptos. Segundo, en general siempre se ha obviado el papel de la embriología dentro de los procesos evolutivos, así como de las características psicobiológicas humanas que van a promover la autoconciencia desde el mismo momento del nacimiento. Tercero, muchas veces ha faltado una amplia integración doctrinal de las ciencias aplicadas, con el fin de formar estudios interdisciplinarios y/o transdisciplinarios.

En este contexto, la Arqueología se ha preocupado principalmente por el origen y las formas de desarrollo cultural acaecidos en la prehistoria, pero pocas veces ha tratado de indagar sobre tan complejo tema, es decir, cómo y cuándo surge dentro de la complejidad conductual humana (Carbonell y Bellmunt, 2003: 20; Álvarez Munárriz, 2005). No cabe duda de que se gestó a lo largo de la evolución del género Homo, pero no es suficiente aceptar que es simplemente una consecuencia de los mecanismos evolutivos, los cuales proporcionaban las capacidades cognitivas propias de cada especie humana, siendo un epifenómeno de la evolución neurológica o de su adaptación ecológica (Trigger, 1989). La propia teoría de la evolución nos ofrece varios modelos de creación. Una, determinada por la acción de la selección natural, como guía de las progresivas mutaciones que permitieran una mayor adaptación. Otra, como consecuencia de un proceso evolutivo similar al modelo de los equilibrios puntuados, seguidos por momentos críticos de reorganización sistémica (Bak, 1996), a partir de los cuales se producirían nuevas emergencias cognitivas y conductuales (Gelman, 1995).


Parece obvio, y las características psicobiológicas humanas así lo indican, que la conciencia humana no pudo aparecer como un hecho cognitivo aislado, sino junto con otros procesos psicobiológicos íntimamente relacionados con ella. Son numerosos los autores que indican que el pensamiento, el lenguaje y la conciencia debieron de tener una profunda relación en la filogénesis humana (Vygotski, 1920; Luria, 1979; Belinchón et al. 1992; Carbonell y Bellmunt, 2003; Mora, 2002), incluso que fue clave en el proceso filogenético (Álvarez Munárriz, 2005). En este sentido, su relación con la coevolución del pensamiento y del lenguaje permitió el desarrollo de la conducta simbólica moderna (Damasio, 2010), siendo la más clara manifestación de la conciencia que nos distingue de los demás seres vivos. Sin embargo, existen grandes dificultades para rastrear filogenéticamente la conciencia (Ramírez-Goicoechea, 2005). Si está íntimamente relacionada con el pensamiento y el lenguaje, y es una emergencia de la coevolución de estos u otros procesos cognitivos, sólo podemos pensar en qué condiciones y disposiciones medioambientales pueden establecerse para su aparición y desarrollo, y como éstas pueden estar distribuidas en las especies de nuestro linaje. Con estas premisas podemos preguntarnos sobre nuestra autoconciencia la siguiente cuestión:

¿Es la autoconciencia una facultad heredada que siempre se manifiesta en nuestra especie, o corresponde a una capacidad evolutivamente adquirida, que se desarrolla gracias a la influencia del ambiente social y cultural en el que nacemos y vivimos?

La Arqueología (la sapient paradox de Renfrew, 2008) y los datos psicobiológicos actuales indican que la relación de su aparición se establece con características psicobiológicas de las capacidades cognitivas evolutivamente adquiridas y las particularidades medioambientales en las que se vive. Con su desarrollo adecuado y mutua interrelación, van a dar lugar a nuestra conciencia reflexiva. Sin un ambiente adecuado tal propiedad cognitiva no se manifiesta, o lo hace de forma inadecuada. En este sentido, sería la utilización de específicas informaciones aprendidas del medio social, que facilitan el desarrollo de una conducta con características especiales. Podríamos definirla, a pesar de la importante controversia que existe al respecto, como el conocimiento subjetivo que tenemos sobre nuestros propios procesos mentales, de la información que recibimos, de los actos que realizamos y de nuestra relación con los demás. Por tanto, la conciencia reflexiva o autoconciencia corresponde a una capacidad cognitiva, con cierto carácter innato en función de su posibilidad de desarrollo, que para que se manifieste en la conducta es necesario una estimulación y aprendizaje adecuados, por medio de un entorno sociocultural concreto. De esta concepción aparece el concepto de emergencia conductual.

Actualmente, son muchos los autores que están de acuerdo que tal proceso es una propiedad emergente del cerebro. El concepto parece nuevo, aunque tiene relación con la concepción de exaptación evolutiva, pues se basa en el mismo principio, aunque con enfoques diferentes (psicológicos y evolutivos). La conciencia reflexiva es pues una propiedad emergente de la conducta (Álvarez Munárriz, 2005; Mora, 2001), resultante de la unificación funcional de otras capacidades cognitivas (mecanismos de atención seriados, memoria a corto plazo, emotividad, etc.) que, por sí solas, no explican tal propiedad, pero la suma funcional de ellas daría lugar a las propiedades de autoconciencia humana (Edelman y Tononi, 2000; Mora, 2001). El desarrollo de la conciencia reflexiva se producirá cuando las capacidades cognitivas lo permitan, y las características del medio ambiente sean las adecuadas. Si en la actualidad tales condiciones parecen obvias, en la prehistoria adquieren un protagonismo esencial. Las primeras van apareciendo con la evolución física, mientras que las segundas hay que crearlas, teniendo un desarrollo propio y diferente a la evolución neurológica.

¿Cuáles son las características del medio ambiente que favorecen la emergencia de la autoconciencia? Existen varias, y todas ellas relacionadas con los procesos sociales que ocurren en las comunidades humanas, y por supuesto relacionadas entre sí. Destacaré dos por ser las más importantes y que mejor se han estudiado:

I.- El desarrollo del lenguaje. Las funciones del lenguaje son varias (social, comunicativa y cognitiva), de ellas la tercera es la menos conocida pero no por ello menos importante. La Función cognitiva (comunicación interna) sería una interacción cognitiva entre el lenguaje y el pensamiento, facilitando el pensamiento racional por medio de diversos procesos internos, como son el lenguaje interno, el pensamiento verbalizado, el lenguaje intelectualizado, el procesamiento computacional de la información, el desarrollo de las capacidades de abstracción, la simbolización, la conciencia reflexiva, el aprendizaje, etc.

La utilización del lenguaje por parte del pensamiento conlleva la limitación de las características del mismo, si éste es muy limitado en concepciones abstractas, el pensamiento tendría igualmente cierta limitación en el uso de tales conceptos abstractos no aprendidos. El lenguaje es el medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos (conceptos sobre la individualidad, el tiempo, el espacio, la negación, religión, arte, etc.) que nuestra sociedad haya podido ir creando a lo largo de su desarrollo. No podemos esperar que cada niño, en su crecimiento y desarrollo particular, deba ir creando todas las abstracciones que la sociedad ha originado a lo largo de su largo periplo cultural. El lenguaje es el medio por el cual el niño, de una manera rápida, guiada y ordenada, adquiere ese conjunto de abstracciones fundamentales en nuestro medio social. Igualmente, dotamos a nuestro pensamiento de una herramienta fundamental para poder desarrollar las capacidades cognitivas que nos caracterizan (lenguaje interno). El niño, al ir asimilando las abstracciones que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive, dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen (Belinchón et al. 1992; Vygotsky, 1920).

II.- El desarrollo de las sociedades humanas en todos sus aspectos: social, económico, tecnológico, demográfico, etc. En este contexto de desarrollo es donde se van a producir las abstracciones que caracterizarían las cualidades del lenguaje, cuanto más complejas son las actividades de la sociedad, más elaborado serían las abstracciones que el lenguaje puede crear, recoger, almacenar y transmitir a las nuevas generaciones. Todas estos procesos sociales y lingüísticos serían las que irían creando y magnificando lo que el famoso neurocientífico Antonio Damasio (2010) ha denominado como autoconciencia autobiográfica, la cual expresada en la complejidad del lenguaje, contribuye de forma muy significativa a crear las estructuras principales de la conciencia humana. Toda autobiografía estaría marcada por la adquisición de unos conceptos claves:

A - El concepto de individualidad (social y, sobre todo, personal). Con él iniciamos el reconocimiento e interiorización de la idea abstracta del yo / nosotros en relación con el concepto de tú / otros. Pero tal emergencia conductual no es un todo o nada, sino un continuum ampliamente heterogéneo en el tiempo y en el espacio geográfico. La individualidad depende de las características lingüísticas y sociales en el que se vive, por lo que sus cualidades estarían condicionadas a sus grandes desigualdades, las cuales están bien recogidas en la historia de todas las sociedades humanas.
El concepto de individualidad (social y, sobre todo, personal), que siempre se desarrolla en un medio social, por lo que dependería de las características de éste. Con este nuevo concepto iniciamos el reconocimiento e interiorización de la idea abstracta del yo / nosotros en relación con el concepto de tú / otros. La identificación, tanto individual como colectiva, de esta propiedad se basa en la noción de diferencia existente entre los individuos y grupos (Jenkins, 1996), que se traduce en la existencia universal de una palabra determinada para referirse a uno mismo (yo), como así lo expone el sociólogo alemán Norbert Elías (1990). Para su producción se necesita una interacción social, tanto intra como intergrupal, de una forma importante y continuada, que genere continuamente problemas de relación entre los individuos del mismo grupo, y de estos con otros grupos. Igualmente, es necesario el inicio de las diferencias sociales (tecnológicas, políticas, religiosas, etc.) dentro del mismo grupo, desarrollando diferentes actividades con características funciones, simbolización y actividad. Esta relación deberá hacer hincapié en la diferenciación conceptual de esta confrontación, hasta llegar a desarrollar una clara conceptualización de las ideas simbólicas del yo y los otros, es decir, de la individualidad social y personal. Su producción sería de tipo generacional, pues es preciso el recurso de muchas generaciones para desarrollar plenamente dichos conceptos.

El proceso implicaría la paulatina creación de cambios conductuales que resalten la diferencia entre unos y otros, por parte de algunos elementos sociales con mayor capacidad para desarrollar tales conceptos, siendo rápidamente adquiridos por los elementos más jóvenes del grupo, que los asumirán como suyos propios (Hernando, 1999). Los primeros avances, que la capacidad cognitiva humana debió desarrollar para crear un mundo simbólico como el actual, serían el inicio de la propia identificación social del grupo en contrapunto con la identificación de las demás poblaciones, es decir, a la creación del concepto de la individualidad social. Con posterioridad a su desarrollo, se iniciarían los criterios de individualidad personal o diferencias particulares que surgen entre los elementos de un mismo grupo humano (germen de la propia autoconciencia individual, tal y como la entendemos en la actualidad). En su paulatino aumento de complejidad, darían lugar a diferentes manifestaciones de tipo social, tecnológico, político y religioso dentro del propio grupo (Elías, 1990; Hernando, 1999).


La conciencia humana está fundamentada en la llamada teoría de la mente, es decir, en la posesión de cierto conocimiento sobre la existencia de una vida mental semejante a la nuestra en los otros componentes de la sociedad. En el género Homo parece que siempre ha existido, con mayor o menor desarrollo, esta propiedad cognitiva tan ligada al concepto de individualidad personal y/o social. Al ser un proceso en el que intervienen varios sujetos, parece lógico pensar que su desarrollo estaría condicionado a las características de relación social. El concepto de la individualidad personal y social surgiría de la apreciación de diferencias que puedan existir entre los miembros de un mismo grupo, o entre poblaciones diferentes. (Rivera, 2005, 2009). Por supuesto, es condición inexcusable que exista las diferencias necesarias para que se puedan establecer tales distinciones. Éstas, más que apreciaciones biológicas con su importancia entre poblaciones o especies diferentes, serían mayoritariamente culturales (tecnológicas, sociales, conductuales, etc.), las cuales hay que crearlas, pues no han existido siempre. Es preciso un cierto desarrollo socioeconómico que origine ciertas diferencias, para que la individualidad pueda desarrollarse. Con el progreso socioeconómico aparecen las necesidades sociales de recalcar tales diferencias, es decir, de crear los adornos. Hasta que estas condiciones no se presenten, es difícil creer en un simbolismo básico, lo que parece corroborar los datos obtenidos por el registro arqueológico.

B - El desplazamiento cognitivo del tiempo y del espacio. El espacio se objetiva con la referencia a objetos fácilmente observables, inmóviles y permanentes del territorio donde se efectúe la acción. La idea del espacio se estructura con ciertas características físicas o geográficas del territorio donde se realiza la propia vida (montañas, ríos, árboles, etc.), y donde se adquieren los elementos básicos de su subsistencia (caza, recolección, materias primas, relaciones sociales, etc.). El tiempo se realiza con la referencia de sucesos móviles de carácter no humano, pero con un tipo de movimiento recurrente. El concepto del tiempo nace del orden de sucesión de los hechos que tienen lugar en el espacio ya mencionado (día y noche, estaciones, fases de la luna, etc.) (Hernando, 1999).

Puede que no sepamos aún el exacto funcionamiento neurológico de la conciencia, pero si sabemos muchas cosas sobre su inicio y desarrollo psicobiológico dentro del género Homo. Una de las claves estaría en el concepto de capacidades cognitivas emergentes, pues son ellas las que más han aportado al desarrollo de nuestra compleja conducta.

* Álvarez Munárriz, L. (2005): La conciencia humana. En: La conciencia humana: perspectiva cultural. Coord. Por Luis Álvarez Munárriz, Enrique Couceiro Domínguez. Anthropos. Barcelona.
* Bak, P. (1997): How Nature works. The science of self-organised criticality. New york: Springer-Verlag.
* Belinchón, M.; Igoa, J. M. y Riviére, A. (1992): Psicología del lenguaje. Investigación y teoría. Madrid. Trotta. 
* Carbonel, E. y Bellmunt, C. (2003): Los sueños de la evolución. Barcelona. National Geographic.
* Damasio, A. (2010), Y el cerebro creó al hombre. Barcelona. Destino
* Gelman, S. (1995): “Living kinds not only by movement”. En D. Sperber y D. Premack, (eds.) Causal cognition. New York.
* Elías, N. (1990): La sociedad de los individuos. Barcelona. Península/Ideas.
* Jenkins, R. (1996): Social Identity. Nueva York y Londers, Routledge.
* Hernando, A. (1999): “Percepción de la realidad y Prehistoria, relación entre la construcción de la identidad y la complejidad socio-económica en los grupos humanos”. Trabajos de Prehistoria, 56 (2): 19-35.
* Luria, A. R. (1979): Conciencia y lenguaje. Madrid. Pablo del Río.
* Mora, F. (2001): El reloj de la sabiduría. Tiempos y espacios en el cerebro humano. Madrid. Alianza.
* Mora, F. (2002): Cómo funciona el cerebro. Madrid. Alianza.
* Ramírez-Goicoechea, E. (2005):  “Orígenes complejos de la conciencia: hominización y humanización”, en L. Álvarez Munárriz (ed.), La conciencia humana: perspectiva cultural. Barcelona. Anthropos, pp: 93-135.
* Renfrew, C. (2008): “Neuroscience, evolution and the sapient paradox: the factuality of value and of the sacred”. Phil. Trans. R. Soc. B 363, pp. 2041-2047
* Rivera, A. (2005): Arqueología cognitiva. El origen del simbolismo humano. Madrid. Arcos/Libros
* Rivera,, A. (2009): Arqueología del lenguaje. La conducta simbólica en el Paleolítico. Akal. Madrid 
* Searle, J. R. (2000): El misterio de la conciencia. Paidos. Barcelona.
* Trigger, B. G. (1989): A History of Archaeological Thought. Cambridge. Cambridge University Press.
* Vygotsky, L. S. (1920): El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona. Crítica. 

2 comentarios:

  1. El ser, la realidad, te fue dada, te es dada, impuesta y decretada por el nombre, la idea, (el verbo divino, al decir de todas las religiones)
    Con él, te imponen la forma y el lugar, las restricciones y los limites, de tu ser decretado, del cual mirar, entender, asociar, observar, desear, amar, sufrir, sumar y restar, contar y experimentar, obedecer y responder.
    En cuanto se te imponen las acciones, limitaciones y necesidades de tu forma, asilada nombrada, desvinculada de presenciar.

    Se te da la forma, de relacionarte, como isla, singularidad mental, con la restante acción y fluidez de cosa, mundos de acciones y fenómenos sin nombre, en tanto esto, sin determinación.

    Mientras no tengamos nombre, o el hecho de no tener nombre, implica, para este orden cosmos mental, que no existimos, no contamos, como subyacentes y faltos de realidad.
    Ni para nosotros mismos, ni para el mundo mental, que nos rodea, ya que nadie se ha fijado y nos ha fijado, atado y ligado, al mundo de convenciones mentales, a una realidad simbólicamente solidificada, como alguien ubicable, palpable, ostensible, a parir del nombre, la convención significativa, espacial, temporal del mismo.


    El ser nuestro, al decir de un ser mental, de cada uno de nosotros, es determinado por la mirada de quien nos ampara, mira, trae al mundo, concibe sobre la realidad, el mundo mental, simbolizado representativo, por la acción mental conceptiva del horizonte y realidad como de los objetivos y las necesidades de la lengua, que se adjetivan, objetivan atreves de la palabra, la mirada, el nombre.

    Dotándosenos a partir de entonces, de un lugar, una espacialidad, una temporalidad referencial, relacionada con ese lugar y con esa forma creada y sostenida, definida por el nombre, te podrás mover con la forma, arrastrando tu nombre, llevando tu lugar, es decir con la jaula, el espacio, el lugar, originado establecido por el nombre, ser en función de ese espacio conceptual, pero no podrás violar las leyes constitutivas de lo jurídico, moverte y relacionarte con todo un mundo de cosas que escapan al nombre.

    A las definiciones establecida y dadas, a las diferencias y las formas creadas y limitadas, por el mundo mental, que se adjetiva, objetiva, el mundo mental para dominar precisa captura encerrar, parcelar, fragmentar, la realidad en sus nombres, para posesionarse sobre ella en tanto que actuar, para por medio de ello poder mover usar empelar tal realidad, es un imposible poder mover, abusar, manejar y disponer de un mundo que no se pude fragmentar.

    Una realidad que no se pueda dividir en una multitud de conceptos. Que no se encuentra definida ni dividida en sus nombres, que escapaba a sus definiciones, a las formas metales que se le imponen, que se vomitan y establece esparcen por la boca, se conciben y reproducen por la lengua, cuando es por ella que a la realidad se la fragmenta. Recién esto tal cosa, atrapada en su forma, limitada y reducida a su nombre, se deja domesticar, se pude someter y empelar.

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  2. Se le llama humanización, a esta limitación fragmentación de la realidad, dada y definida por nuestros dioses, padres, y nombres, ya que son nuestros padres, atrapados como tales, en su propia construcción mental, por su propio nombre, los que nos la dan, nos trasmite la herencia de su condena, los limites y las limitaciones de su pena, de su mundo y realidad, de su miseria y pobreza, cuando no las de su “riqueza”.

    Cuando nos bautizan en el ser, con el nombre, este nombre, este lugar, esta realidad fragmentada, experimental que represento, y que he asumido experimentar, por la adquisición y adopción mental del y los nombres que se me dan.

    Realidad mundo imaginario concebido por los términos, a la que me encuentro sometido adatado, mentalmente destinado, mentalmente subordinado limitado, ya que he tomado, asumido la realidad y las limitaciones que me son dadas, como propias, por las propiedades y las capacidades propias, atribuidas a los nombres.

    Y, que me veo en la obligación de asumir, interiorizar con mi capacidades y cualidades propias, con la aceptación e incorporación como el manejo mental de mi nombre, podemos decir que el niño cuando responde a su nombre, ya perdió sacrifico su libertad renunciando a ella en la media que asume el mundo mental imaginario de su progenitores.

    Es muy difícil, que un estado, o la acción mental de un estado mental, pueda manejarse y orientarse, en y sobre el mundo sin los nombres, los conceptos, los signos referenciales de todas las cosas, fragmentadas y diferenciadas por los mismos.

    El desafío es si nuestra mente, pude ir y desarrollarse más allá de las limitaciones mentales establecida por los propios nombres y conceptos, dirigidos hacia todas las cosa mentalmente manejadas, creadas y definidas, social y culturalmente, por la acción productiva de la mente.

    Como el desafío y el sentido de todo no es regresar al paleolítico, pero si tal vez superar esta era simbólica, no despreciándola ni abandonándola definitivamente, pienso en una subjetividad pos simbólica que alterna entre la realidad y no realidad simbólica, más compleja que la subjetividad simbólica, fuertemente determinada, que no pude funcionar operar con la discontinuidad, es decir con la inexistencia. En tanto esto nuestra singularidad funcional operacional tradicional se funda en la continuidad y linealidad simbólica como histórica.

    Un saludo
    Eduardo Coli

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