Sabemos que el orden
de los primates (categoría taxonómica) incluye a los grandes monos y a
todos los componentes de género Homo, pero también conocemos que existen trascendentales
diferencias conductuales y cognitivas entre todos sus miembros. Sin duda existe
una gran relación evolutiva entre ellos, pero aún carecemos con certeza
absoluta los cambios evolutivos que dieron lugar a conductas tan diferentes.
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Endocasto de Sambungmacan (Broadfield, 2001) |
La evolución del
cerebro en los primates no humanos y en el género Homo ha sido estudiada
desde muchos puntos de vista. Sin embargo, todos ellos dependían de los datos
anatómicos (fósiles y especies actuales) y fisiológicos (solo en la especies
vivientes). En este contexto, los datos anatómicos parecen que tuvieron mayor
trascendencia, pues al poder tomar mediciones de los cerebros de primates
modernos y de los endomoldes que los fósiles nos proporcionaban, parecía que se
podían comparar datos homogéneos. Con ellos se han realizado numerosas
mediciones de volumen, peso, cociente e índice de encefalización (CE, IC),
intentando buscar diferencias neurológicas que avalasen las diferentes
conductas que separan a los humanos de los demás primates. Pero todas ellas no
pueden ofrecer datos sobre lo que podría ser el más importante, es decir, la capacidad
de funcionalidad del cerebro en general o en áreas determinadas, pues
ésta sería la consecuencia del número de neuronas existente, de su capacidad de
interconexión, de su propia funcionalidad (áreas corticales primarias,
secundarias y terciarias), de la relación de todas ellas entre sí y de su
posible dependencia organizativa de las influencias medioambientales (sociales,
culturales, lingüísticas, tecnológicas, etc.).
En la
conducta humana ha cobrado especial interés el lóbulo frontal (LF), pues se ha
asociado con el control y desarrollo de nuestra conducta en general, aunque
siempre teniendo en cuenta que el cerebro actúa como una unidad funcional
integrada, por lo que cada parte tiene su utilidad e importancia. Este lóbulo
tiene dos áreas funcionales perfectamente conocidas; las zonas más posteriores o
áreas motoras (primarias) y premotoras (secundarias), donde se sitúa el control
voluntario de nuestra motilidad; mientras que las áreas más anteriores o
frontales serían las de asociación terciaria (Luria, 1974) con las llamadas funcionesejecutivas o cognitivas superiores, constituyendo el lóbulo prefrontal (LPF).
Desde el inicio de
estos estudios comparativos se ha mantenido que la diferencia en volumen entre
el lóbulo frontal de los diferentes primates sería una razón importante para
justificar en gran parte las diferencias en las formas complejas de conducta y
cognición (funciones ejecutivas) de los primates estudiados. Siguiendo la
tradición antropológica de medir y comparar índices y cocientes, se han
realizado algunas mediciones
del lóbulo frontal,
las cuales no han encontrado diferencias entre la corteza frontal
humana y la de primates no humanos. Semendeferi, Lu, Schenker, y Damasio (2002),
ante la dificultad de medir el LPF (anatómicamente no se diferencia con
claridad dentro del lóbulo frontal, pues es una diferenciación funcional e
histológica) midieron el volumen total del lóbulo frontal y de sus regiones
principales (incluyendo la corteza y la materia blanca justo debajo de ésta) en
humanos, chimpancés, gorilas, orangutanes, gibones y macacos, utilizando
reconstrucciones cerebrales en tercera dimensión a partir de escaneos de
resonancia magnética (RM).
Aunque el volumen
absoluto del cerebro y del lóbulo frontal fue más grande en los humanos, el
tamaño relativo del lóbulo frontal fue similar en todos los homínidos: macacos
(28.1%), gibones (31.1%), orangutanes (35.3%), gorilas (32.4%), chimpancés
(35.9%) y humanos (36.7%). Los autores indicaron que los humanos no poseen un lóbulo frontal más grande que lo
esperado en comparación con el cerebro de un primate. Cuando se leen estos
datos, y conocida la gran diferencia cognitiva y conductual entre humanos y los
demás primates, solo podemos llegar a ciertas conclusiones:
- La base de las
diferencias cognitivas no se localizan exclusivamente en el lóbulo frontal.
- En este análisis
hay que tener en cuenta que lo que se compara es una relación entre el volumen
total del cerebro y el volumen del lóbulo frontal, lo que limita sus
conclusiones.
- La realidad del LPF
(extensión, volumen, características histológicas y funcionales) no pueden conocerse
por este estudio.
Debemos analizar las
diferencia evolutivas que van a configura a nuestro cerebro y, por tanto, sus
capacidades cognitivas.
I.- Mayor aumento general del cerebro en relación con el
aumento corporal.
De todos es conocido
que la evolución neurológica produjo cerebros más grandes en los seres humanos
que en el resto de los primates. En esta evolución, la proporción entre
el volumen del lóbulo frontal y de todo el cerebro efectivamente es semejante (Semendeferi,
Lu, Schenker y Damasio, 2002), pero la superficie del lóbulo frontal, tanto la
motriz (áreas motoras y premotoras) como la asociativa (sería el llamado LPF,
compuesto por áreas de asociación terciaras) distan mucho de tal semejanza,
pues esta última es mucho mayor. Las áreas motoras y premotoras, encargadas
sobre todo de la realización y control de la actividad motriz, son
proporcionales al volumen muscular del cuerpo. Si el cuerpo aumenta de volumen,
estas áreas aumentan en superficie, proceso similar ocurre con las áreas de
control sensorial. Esto explica en gran parte el gran tamaño (mayor que en los
humanos) de los grandes mamíferos (elefante, ballena, etc.).
Durante la evolución
de nuestro género se produjo un aumento evolutivo más o menos homogéneo del
cerebro de los homínidos, donde la proporción entre sus
diferentes partes sigue siendo similar, pero la superficie funcional (corteza
cerebral) aumentaría en todos sus componentes (áreas primarias, secundarias y terciarias),
pero al aumentar menos la masa corporal que la neurológica la diferencia sería
un mayor aumento de las áreas asociativas por su carácter independiente del
volumen corporal. Así, se produce una marcada diferencia a favor de las áreas
asociativas en general y del LPF en particular.
II.- Mayor superficie del córtex humano.
Se conoce que las
áreas terciarias de la corteza cerebral humana son mayores, proporcionalmente,
que la del resto de los primates conocidos. Esta consideración se deduce de su mayor
circunvolución y girificación (Cela Conde, 2002; Rilling e Insel,
1999). Es decir, la corteza cerebral al ser más amplia que la superficie del
cerebro que está en contacto con los huesos del cráneo estaría plegada sobre sí
misma, así se forman surcos estrechos (girificación) que se introducen dentro
de la superficie cerebral (disminuyendo la superficie externa, pero no la
cortical que adquiere forma muy ondulada), anatómicamente y en conjunto forman
las circunvoluciones, que en el LPF adquieren especial importancia.
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Girificación del córtex |
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Circunvoluciones cerebrales |
III.- Mayor conectividad neuronal.
Conocemos que los humanos modernos presentan una superficie cortical (materia gris o neuronas) mucho más amplia que los demás primates. Sin embargo, su estructura neurológica es menos densa, permitiendo que existan entre ellas unas interconectividad mucho mayor, como se deduce de la mayor y tardía mielinización observada (Bufill y Carbonell, 2004; Semendeferi et al. 2002).
La conectividad
o capacidad de adquirir, procesar y responder a mayores estimulaciones.
Schoenemann, Sheehan y Glotzer (2005) encontraron que una diferencia importante
entre los humanos y otros primates era el volumen de la materia blanca.
Utilizando técnicas de visualización cerebral como la Resonancia Magnética en
11 especies de primates, los autores midieron el volumen de la materia gris,
blanca y el volumen total del lóbulo prefrontal y de todo el cerebro en cada
espécimen. En términos relativos, se encontró que la materia blanca (conexiones
de las neuronas con mielina) del LPF fue la mayor diferencia entre los
humanos y los no humanos, mientras que la materia gris no mostró diferencias
significativas. Una mayor interconexión cerebral puede
representar entonces una característica crucial del cerebro humano. No
obstante, hay que tener en mente que los humanos utilizados en este estudio
fueron personas contemporáneas, procedentes de zonas urbanas, con niveles
educativos altos, etc., no los sujetos humanos que vivían en las condiciones
prehistóricas de hace 150,000 años. Pensamos que tendrían las mismas
capacidades cognitivas, pero su desarrollo no pudo ser igual, pues en medio
ambiente es totalmente diferente en todos los aspectos.
Conclusión
Las simples comparaciones
de volumen, peso, cociente e índice de encefalización no son más que levemente
orientativas, por lo menos respecto a la funcionalidad del cerebro, lo que en
definitiva es lo que más nos interesa. Estos estudios apuntan a que la
superficie asociativa del córtex del LPF de los humanos tiene un carácter alométrico cuantitativo (aumento
del volumen del LPF, de la superficie funcional del córtex y de su interconexión)
y cualitativo (mayor
capacidad cognitiva). Estas características fueron las que, en la evolución
neurológica del género Homo, fueron diferenciando notablemente su conducta de
la de los primates de los que provenían. Por tanto, no parece
difícil establecer una relación entre el aumento (de superficie e
interconectividad) de estas áreas con la conducta moderna (funciones
ejecutivas). La diferenciación funcional o el aumento respecto de los demás
homínidos conlleva a que nuestra especie tendría una mayor capacidad funcional
de dos tipos (fundamentales en la conducta humana) (Ardilla y Ostrosky-Solis,
2008):
- Metacognitivos (área
dorsolateral de la corteza prefrontal), para procesar la información,
asimilarla y utilizarla para mejorar su conducta, mediante el mayor desarrollo
de sus funciones
ejecutivas, imprescindibles para la organización de todo
tipo de conducta y lenguaje, y al aumento de las capacidades de abstracción y simbolismo.
- Emocionales (área ventromedial de
la corteza prefrontal), que coordina la cognición y la emoción. En ese sentido,
la función principal del lóbulo prefrontal es encontrar justificaciones
aparentemente aceptables para los impulsos límbicos (los cuales constituyen las
“funciones ejecutivas emocionales”).
- Ardila, A.;
Ostrosky-Solís, F. (2008): Desarrollo Histórico de las Funciones Ejecutivas. Revista
Neuropsicología, Neuropsiquiatría y Neurociencias, Vol.8, No.1, pp. 1-21.
- Broadfield, D.; Holloway,R.; Mowbray, K.; Silvers, A.; Yuan, M. y Márquez, M. (2001): Endocast ofSambungmacan 3 (Sm 3): A New Homo erectus From Indonesia. The Anatomical Record262:369–379.
- Bufill, E. y
Carbonel, E. (2004): “Conducta simbólica y neuroplasticidad: ¿un ejemplo de
coevolución gen-cultura?”. Revista de neurología, 39 (1): 48-55.
- Cela Conde, C. J.
(2002): “La filogénesis de los homínidos”. Diálogo filosófico, 53:
228-258.
- Luria, A. R. (1974): El
cerebro en acción.Fontanella. Barcelona.
- Rilling, J.
K. e Insel, T. R. (1999): “The primate neocórtex in comparative perspective
using magnetic resonance imaging”. Journal of Human Evolution, 37,
191-223.
- Semendeferi, K.; Lu, A.; Schenker, N. y Damasio, H.
(2002): “Humans and great apes share a large frontal cortex”. Nature
neuroscience 5 (3): 272-276.
- Schoenemann, P. T.; Sheehan, M. J. y Glotzer, L. D.
(2005): Prefrontal white matter volume is disproportionately larger in humans
than in other primates. Nature Neuroscience, 8(2):242-52.