El desarrollo cognitivo que se produce en
el niño es posible gracias a las capacidades cognitivas que la evolución neurológica
ha ido otorgando al género Homo. Junto con el desarrollo de la autoconciencia
se producen nuevos procesos cognitivos necesarios para una mejor respuesta a
las necesidades del entorno. Uno de ellos corresponde a la posibilidad de
actuar en secuencias temporales y espaciales, diferentes a las que ofrece el aquí y ahora. Se trata de realizar conductas que tienen relación con
el pasado (como experiencia a tener en cuenta) y con el futuro (planificación
de la acción). Como es lógico se fundamenta en la experiencia vivida y
aprendida, ofreciendo aspectos de supervivencia mucho más altos.
La adquisición del concepto del yo, tanto social como individual, no
podría realizarse plenamente si no se añade un cierto ordenamiento, requisito
necesario para que pueda ser utilizada. Nuestro yo autobiográfico
(Damasio, 2010) necesita estos procesos cognitivos para su propio desarrollo,
pues nuestra experiencia vivida no es más que vivencias del pasado que tendrán
una gran importancia para la conducta del ahora y la planificación futura. Estas
abstracciones mentales (temporales y espaciales) facilitan el control y el uso
de la experiencia vivida, permiten que toda información pueda tener un
desplazamiento en el tiempo (antes, ahora, después) y en el espacio (aquí,
allí, allá), confiriendo a la conducta humana un enorme poder adaptativo del
que careen las demás entidades biológicas.
La forma en que este proceso tiene lugar,
es a través de dos ejes o parámetros básicos de ordenamiento de la realidad
como son el espacio y el tiempo, los cuales no son realidades
dadas sino abstracciones que nuestra percepción deduce de los hechos
observables en la realidad cotidiana. La causa principal corresponde a la
propia capacidad humana de realizar abstracciones, bajo el impulso o la
necesidad de marcar referencias a la acción que realiza, y así poder
comunicarse con otros para realizar acciones en común, planear su desarrollo y
mejorar sus resultados. La producción de tales abstracciones proviene de la
misma naturaleza donde se produce la acción, pues de ella y sólo en ella es de
donde los seres humanos pueden, a través de sus sentidos y capacidades
cognitivas, obtener tales conceptos. Por tanto, se realizan referencias con
hechos u objetos fácilmente observables en el medio donde viven los seres
humanos que realizan estos procesos, para poder comparar y situar las acciones
que realizan (Elías, 1992; Hernando, 2002).
El espacio
se objetiva con la referencia a
objetos fácilmente observables, inmóviles y permanentes (Elías, 1992;
Hernando, 2002), características constantes en el territorio donde se efectúe
la acción. La idea del espacio se estructura con ciertas características
físicas o geográficas del territorio donde se realiza la propia vida (montañas,
ríos, árboles, etc.), y donde se adquieren los elementos básicos de su
subsistencia (caza, recolección, materias primas, relaciones sociales, etc.).
En este sentido, parece que el germen de tal concepto existe ya en la idea de
territorialidad que tienen las comunidades de animales sociales.
El tiempo
se realiza con la referencia de
sucesos móviles de carácter no humano (Elías, 1992; Hernando, 2002),
pero con un tipo de movimiento
recurrente. El concepto del tiempo nace del orden de sucesión de los
hechos que tienen lugar en el espacio ya mencionado (día y noche, estaciones,
fases de la luna, etc.). La mutua relación entre estos dos conceptos, se define
como la capacidad genérica de desplazamiento
del pensamiento, es decir, de poder desplazar la acción en el tiempo y
en el espacio fuera de las limitaciones del aquí
y ahora. Tal relación en común parece
lógica, pues aunque en un principio pudo existir cierta independencia entre
ellos, pronto debieron de confluir, ya que su mutua acción es la que ofrece al
lenguaje pautas de conducta con desplazamiento y, por tanto, de mayor
supervivencia.
Como ha podido comprobar la
prehistoriadora Almudena Hernando (2002), la forma en la que estos conceptos se
realizan puede ser diferente para cada grupo humano. Un ejemplo característico
lo constituyen algunas sociedades primitivas actuales, como ocurre en diversos
grupos de amerindios del Amazonas (Bororo, Kayapó, Yanomami, etc.). En su
conducta se aprecia ciertas limitaciones en sus propias formas de vida y
comunicación, naturalmente en comparación con las nuestras. Sus necesidades
tienen siempre cierto carácter urgente, al tener que realizarse dentro de los parámetros
del aquí y ahora, por lo que el futuro lejano
no existe. Igualmente, estos grupos humanos presentan un concepto temporal
limitado a un futuro próximo, donde deben realizarse las acciones que son
capaces de pensar. De la misma manera, para ellos, el espacio queda limitado al
territorio conocido por medio de sus propias experiencias, el resto es como si
no existiera.
Los procesos de simbolización estarían
limitados por las propias características de las abstracciones espaciales y
temporales. El espacio es referido a elementos heterogéneos (árboles, montes,
ríos, etc.), por lo que es fácil que simbolicen este concepto con alguna de
estas referencias y que confundan estos símbolos con la realidad espacial. Así,
para que un objeto sea símbolo de una ordenación espacial debe de formar parte
de la experiencia personal. Sólo lo conocido puede ser utilizado como símbolo
de conceptos abstractos. Similar proceso ocurre con el tiempo, pues estas
comunidades viven en el presente, por lo que su representación temporal estaría
en consonancia con los ritmos de los fenómenos naturales que tengan lugar en su
medio ambiente. En ellas, el presente es tan sólo un presente amplio, que puede
incluir todo lo referente a cada ciclo estacional, pero no asume el sentido de un
pasado o futuro lejano, al no poder incluirse en el sistema de ordenamiento de
su propia realidad.
El conocimiento de cómo realizan las
sociedades primitivas actuales estos conceptos, sólo nos puede aportar la
certeza de su diferencia, y cierta idea de cómo pudieron los humanos del
Paleolítico realizar dichos avances simbólicos. La identificación y el grado de
desarrollo que debieron alcanzar en el pasado estos conceptos y el de
individualidad deben estudiarse en común, pues todos ellos constituyen la parte
estructural del lenguaje. Por
tanto, el lenguaje, en función de la propia complejidad simbólica que
adquiriere poco a poco, va a producir otras características psicológicas de
gran importancia para el ser humano, pues sirve como organizador del pensamiento
y director de la acción. Pueden resumirse en tres aspectos:
- Interacción entre lenguaje y pensamiento
(interiorización del lenguaje).
- Desarrollo cognitivo (autoconciencia, planificación
temporo / espacial, etc.).
- Cambio conductual (mayor control de la acción).
El lenguaje, según el psicólogo George A. Miller (1985),
es una experiencia que comienza desde el nacimiento, pudiendo decir que el
pensamiento y el lenguaje se han modelado mutuamente al ir desarrollándose con
una constante interferencia. El lenguaje es fruto del pensamiento, pero también es
modulador del mismo, y ambos son controladores de la acción y conducta humana (Bruner, 1984).
- BRUNER, J. (1984): Acción, pensamiento y lenguaje. Alianza.
Madrid.
- DAMASIO, A. (2010): Y el cerebro creó al hombre. Destino. Barcelona.
- ELÍAS, N. (1992): Time: An Essay. Basil
Blackwell. London.
- HERNANDO, A. (2002): Arqueología de la identidad. Akal. Madrid.
- MILLER, G. A. (1985): Lenguaje y Habla. Alianza. Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario