La
capacidad de aprendizaje y/o de transmisión de la cultura es una de las claves
de la cultura humana en todas sus facetas: creación, difusión y mantenimiento. De
creación,
porque el acervo cultural que se trasmite es imprescindible para todo proceso creativo
desarrollo posterior. De difusión de la cultura, pues el
mejor medio de transmitir los conocimientos generacionalmente. De mantenimiento,
al utilizar los medios externos a nuestra memoria (lenguaje de todo tipo,
escritura, imágenes, medios electromagnéticos de grabación de memoria, etc.),
pues sin ellos no sería posible mantener todo lo que el pensamiento humano ha
podido crear.
Aunque no
existe una definición sobre este proceso aceptado universalmente, muchos de los
aspectos esenciales del concepto de aprendizaje se resumen como la
adquisición o el cambio duradero en los mecanismos de conducta, resultado de la
experiencia con los acontecimientos ambientales (Domjan y Burkhard,
1990; Fernández Trespalacios, 1986; García Madruga y Lacasa, 1990).
El ser
humano, y todos los animales que tienen procesos de aprendizaje más o menos
elaborados, tienen que adquirir su experiencia (una forma de
aprendizaje) a partir de los acontecimientos ambientales. Se
aprende lo que podemos percibir por los sentidos.
Como
puede apreciarse el papel del medio ambiente, como fuente de
materia que aprender, es la base de todo aprendizaje y, por tanto, de la conducta
que adoptemos en función de lo aprendido (adaptabilidad).
Formas de aprendizaje
En el
largo y complejo proceso evolutivo se ha visto que los mecanismos genéticos no
son suficientes por sí mismos para poder transmitir correctamente los
conocimientos necesarios para la supervivencia de diversas especies de
animales. Aparece la necesidad de producir otras formas que faciliten la
transmisión de la información que cada especie en particular haya adquirido,
siendo necesaria su transmisión generacional para su supervivencia. Este
mecanismo de transmisión generacional de conducta se produce gracias a diversas
formas de enseñanza y aprendizaje, que funcionan en las comunidades sociales. La
vida social es un medio idóneo para facilitar el aprendizaje de los elementos
culturales necesarios para garantizar la supervivencia de cada uno de sus
componentes.
Aunque no nos parezca claramente
visible, entre los animales gregarios el aprendizaje de las formas de
subsistencia se realiza con la simple convivencia entre todos sus componentes,
pues los adultos conocen los tipos de alimentación disponibles, la forma de
adquisición de los mismos y los lugares donde encontrarlos. En los mamíferos es
fácil de apreciar cómo la convivencia dentro del grupo es fundamental para
adquirir este tipo de conocimientos, los cuales son absolutamente necesarios
para la supervivencia de cada individuo. Si un recién nacido o un miembro de
poca edad es criado separado de los miembros de su especie (zoológico, reserva natural,
o cualquier otra forma de vida en la que el animal no tenga que buscar el
alimento por sí mismo), es casi imposible que pueda sobrevivir si es devuelto a
su medio ambiente ya adulto, pues ignora las formas de subsistencia que conoce
y usa el grupo social al que pertenece, y que no pudo aprender en su infancia. Solo
tras una previa adaptación al medio social donde se le quiere introducir (grupo
social de su especie con el nivel de aprendizaje adecuado) es posible que
sobreviva, naturalmente tras su aceptación por el grupo.
Parece
claro que la conducta puramente instintiva no existe, y que toda cultura
necesita de alguna forma de aprendizaje (Schneirla, 1953). En la vida de todo
ser vivo siempre hay elementos que deben de ser aprendidos para una mejor
supervivencia, ya sea por el método de ensayo y error, la simple imitación de sus mayores o la propia enseñanza
intencionada (Bonner, 1982). Parece lógico pensar que la utilización de
tales procedimientos es necesaria para una mejor garantía de la persistencia
del grupo social o del propio individuo, al poder modificar su conducta en
función de la experiencia propia y en la asimilación de la efectuada por sus
mayores.
Todos los animales poseen un
comportamiento innato o instinto que les empuja a realizar las acciones
necesarias para su supervivencia (p. e. buscar comida), pero la forma de
realizarlo solo puede aprenderse con el método de ensayo y error y, una vez
aprendido (y han sobrevivido) trasmitirlo a las siguientes generaciones por imitación.
Es necesario un aprendizaje social de las formas conductuales del grupo, para
que pueda encauzar el comportamiento iniciado por el instinto hacia
formas de conductas prácticas y autosuficientes. Dentro
del grupo la imitación conductual es la forma de adquisición del
conocimiento del grupo, los infantes hacen y aprenden los que sus mayores
realizan.
La conducta de los mamíferos, y más aún
en los primates, existen diversas formas de conducta elaboradas por cada grupo,
que no tienen porqué ser las mismas entre las diversas poblaciones de una misma
especie. Así, el aprendizaje de los chimpancés se basa en el desarrollo de
modelos de imitación, pues hay una completa ausencia de enseñanza por parte de
la madre y demás elementos sociales hacia las crías (Tomasello, 1990). Es un
fenómeno social en el que los jóvenes chimpancés adquieren las características
formas de su comportamiento. En este sentido, podemos decir que su cultura es
diferente a la de los humanos, pues está basada en el simple hecho de que cada
generación pugna para alcanzar el mismo nivel de habilidad de sus progenitores,
sin intentar llegar más lejos a pesar de tener ciertas capacidades cognitivas
que podrían desarrollar conductas más productivas.
El
lenguaje en el aprendizaje
Para el
origen de una enseñanza intencionada parece ser necesario la
utilización de un lenguaje con cierta complejidad en la adquisición y uso
de las abstracciones, así como unas capacidades y desarrollo
cognitivo importante. Con esta forma de enseñanza es
posible que los jóvenes alcancen pronto los niveles culturales medios del
grupo, facilitando su vida y la transmisión cultural. En el desarrollo cultural
propio de la especie humana, hasta que no aparece un lenguaje abstracto y no se
alcancen y desarrollan las capacidades cognitivas adecuadas, las formas de
enseñanza serían las mismas que las utilizados por sus ancestros filogenéticos,
es decir, utilizando el método de la imitación controlada por el ensayo y
error. Por tanto, para una enseñanza intencionada es necesario el uso del
lenguaje abstracto y el desarrollo cognitivo que conlleva (desde luego
la existencia de una teoría de la mente y, muy posiblemente, cierto desarrollo
de una conciencia reflexiva).
El medio
más importante de enseñar una cultura es a través del lenguaje, pues en sus
propias características semánticas lleva implícito mucha de la información
sobre el medio ambiente que se quiere transmitir. Pero el papel que el
aprendizaje y el lenguaje han tenido en nuestra evolución cognitiva y cultural
no siempre se ha analizado teniendo en cuenta el importante papel
psicobiológico que tiene en los primeros años de la vida. Existen importantes diferencias
psicológicas entre el niño y el adulto, por lo que tal definición debe
matizarse en las diferentes edades en las que se produzca el aprendizaje de
las características medioambientales (lenguaje, conducta, tecnología relaciones
sociales, etc.). Pongamos el ejemplo del aprendizaje del lenguaje.
El lenguaje es el principal medio de aprendizaje humano |
Eric. H. Lenneberg (1976) propuso un período crítico para la adquisición del primer lenguaje que finalizaba junto con la pubertad, debido a la terminación de la lateralización hemisférica y algunos aspectos de la plasticidad cerebral (maduración). Para Lenneberg, la maduración que se alcanza con la lateralización hemisférica es responsable de las diferencias entre niños y adultos en la adquisición de una lengua extranjera. De este condicionamiento biológico se infiere que el momento óptimo para aprender una lengua es hasta aproximadamente los 10 años (Gomila, 2004; Newport, 1990). Con la maduración y la organización especializada del cerebro, la capacidad para conocer otro idioma tiende a decrecer. Así, se acepta la existencia de un período crítico para el aprendizaje del lenguaje materno, tras el cual ya no se alcanzaría con normalidad (Belinchón et al. 1992; Lorenzo y Longa, 2003; Mora, 2001).
La
inmadurez neurológica y psicológica marca la gran diferencia existente entre el
aprendizaje de la primera lengua en la infancia y después del
período crítico. En el primer caso lo que se produce es una organización de
las áreas de asociación terciarias en función de los estímulos recibidos
procedentes de otras áreas corticales. Nada hay que se oponga a la producción
de tal proceso (emotividad negativa, recuerdos anteriores, problemas de
atención, comprensión, aprendizaje, etc.), basándose éste en las enormes
capacidades receptivas, procesadoras y estructurales del niño. Todo queda
invertido en el caso del adulto, pues en él existen diversos procesos de
distinta elaboración que interfieren y dificultan la enseñanza de un segundo
lenguaje (falta de motivación, multitud de tareas que dificultan la atención,
poca dedicación, otros desarrollos cognitivos y culturales que dificultan tal
aprendizaje, etc.). En el niño se produce una estructuración psicológica
de base lingüística (lenguaje interno), mientras que en el adulto es un
aprendizaje en el sentido clásico de la palabra, utilizando áreas
cerebrales diferentes de las requeridas para el lenguaje materno (Kim et
al. 1997). La inmadurez neurológica en fundamental para el aprendizaje
lingüístico del niño (Gomila, 1995), pues alarga enormemente el período
crítico y facilita la asimilación lingüística del medio ambiente. En general,
estos conceptos son válidos para muchas de las funciones cognitivas humanas,
entre las que destaca la adaptabilidad.
El
aprendizaje, en esta primera etapa anterior al fin del periodo crítico, es el
responsable de que los niños se adapten perfectamente al medio ambiente en el
que han nacido, facilitando enormemente toda expansión geográfica a medios
extraños para sus padres pero propios para ellos, lo que puede explicar
diversos problemas relacionados con las poblaciones paleolíticas en su gran
expansión, adaptabilidad y características de creación, transmisión y
perduración de su cultura.
Conclusiones
La
importancia del medio ambiente y del aprendizaje del mismo es fundamental en el
desarrollo definitivo de nuestro cerebro. Una adecuada actuación en el
aprendizaje (racional y afectivo), que en los niños podría también denominarse
como estructuración
psicobiológica, es absolutamente necesaria. Cualquier limitación de las
influencias sociales (racionales y afectivas) va a repercutir de una forma
directamente proporcional a todos los sistemas nerviosos humanos.
Esto nos indica que, en ciertos estados de alteraciones neurológicas
(conocidas o no en su base neurológica), un medio ambiente idóneo (enseñanza
especial, adecuada y dirigida) puede disminuir en parte las limitaciones
conductuales características de estas anomalías funcionales. La estimulación o enseñanza adecuada, y
cuanto antes mejor, crean un medio ambiente idóneo para que la plasticidad
neuronal humana pueda mejorar las respuestas conductuales de los afectados. Si
bien hay que admitir la existencia de cierto limite no bien conocido, y
diferente en cada forma de alteración neurológica.
*
Belinchón, M.; Igoa, J. M. y Riviere, A. (1992): Psicología del lenguaje.
Investigación y teoría. Madrid. Trotta.
* Bonner, J. (1982): La evolución de
la cultura en los animales. Alianza. Madrid.
* Domjan, M. y Burkhard, B. (1990): Principios
de aprendizaje y de conducta. Madrid. Debate.
*
Fernández Trespalacios, J. L. (1986): Psicología general. Madrid.
Gráficas Maravillas.
* García
Madruga, J. A. y Lacasa, P. (1990): Psicología evolutiva. Madrid. UNED.
* Gomila,
A. (1995): “Evolución y lenguaje”, en Broncano, F. (ed.) La Mente.
Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía. Madrid. Ed. Trotta, pp, 273-300.
* Gomila,
A. (2004): Un marco de referencia para la evolución del lenguaje, Ludus
Vitalis, 12: 173-178.
* Kim, K. H. S.; Relkin, N. R., Lee, K-M y Hirsch, J.
(1997): “Distinct cortical areas associated with native and second languages”. Nature 388,
171-174.
* Lenneberg, E. H.
(1976): Fundamentos biológicos del lenguaje. AU. 114. Madrid. Alianza.
*
Lorenzo, G. y Longa, V. M. (2003): Homo loquens. Biología y evolución del
lenguaje. Lugo. TrisTram.
* Mora, F. (2001): El reloj de la
sabiduría. Tiempos y espacios en el cerebro humano. Madrid. Alianza.
* Newport, E. L. (1990): “Maturational Constraints on
Language Learning”. Cognitive Science, 14: 11-28.
* Rivera, A. (2009): Arqueología del
lenguaje. La conducta simbólica en el Paleolítico. Akal. Madrid.
* Schneirla, T. C. (1953):
Modifiability in insect behavior. En Insect Physiology, ed. K.D. Roeder, 723-747. New
York: John Wiley and Sons.
* Tomasello, M. (1990): Cultural trasmission in the tool use and communicatory signaling of chimpanzees?. En Language and intelligence in monkeys and apes. Parker, S. T. and Gibson, K. T. (Eds.). Cambridge, University Press.
* Tomasello, M. (1990): Cultural trasmission in the tool use and communicatory signaling of chimpanzees?. En Language and intelligence in monkeys and apes. Parker, S. T. and Gibson, K. T. (Eds.). Cambridge, University Press.
No hay comentarios:
Publicar un comentario