Charles Darwin |
La
publicación de El origen de las especies en
1859 por Charles Darwin originó el comienzo de la andadura evolucionista dentro
del mundo científico de su época, cuyas
grandes aportaciones podemos resumir en dos apartados:
-
Destacar la propia expresión doctrinal sobre el origen de las diferentes
especies, como consecuencia de los cambios anatómicos realizados durante los
procesos evolutivos. La evolución como origen y diversificación de
la vida en la Tierra rompió el estancamiento científico que presidía su
entorno, al chocar con las estrictas normas que la Religión marcaba a toda
manifestación científica que no se ajustase a sus cánones convencionales. Su
aparición fue el comienzo de una nueva forma de ver la propia existencia, que
de otra manera sería imposible conocer.
-
Señalar la importancia que adquiere la selección natural como el principal
aspectos biológico que va a guiar el continuo cambio morfológico experimentado
por los seres vivos dentro de sus poblaciones, pues elimina o selecciona
aquellos individuos que no podrían sobrevivir con su capacidad de adaptación a
las condiciones del medio ambiente, constituyendo así una base importante de la
dinámica evolutiva.
Sus
ideas, precisas y elocuentes, estaban en su concepción limitadas por las
propias características que la ciencia podía ofrecer durante el tiempo en el
cual se originó dicha teoría, pues todas sus deducciones debían de basarse en
los datos que en ese momento tenía a su alcance. La falta de conocimientos
sobre genética, desarrollo embrionario y biología ecológica, limitaba obligatoriamente sus
deducciones, por lo que tuvo que presentar a la selección natural como única guía
de los cambios evolutivos, surgiendo así su axioma más característico: la
supervivencia del mejor adaptado o menos malo.
En
los años 30-40 del siglo pasado el avance de la genética fue notorio, aunque su
desarrollo metodológico estaba de igual modo limitado a los avances teóricos
que presentaba la ciencia en ese momento. Superadas las numerosas controversias
doctrinales que fomentó en un principio su desarrollo teórico, se obtuvo un
consenso por parte de la mayoría del mundo académico, con el consecuente auge
de la teoría sintética en la década de los cuarenta. En ella vemos cómo
la conducta humana, con su gran capacidad de adaptación, debió irse
configurando de una forma paralela y lenta a los cambios
morfológicos que lo posibilitan, ofreciendo una mayor capacidad de supervivencia.
Todo este proceso sería dirigido durante su desarrollo por la acción de la selección
natural.
Uno de los enunciados o leyes que se expusieron en la
formación de la teoría sintética, corresponde a la denominada como la Ley de Cope, la cual recoge el
hecho, conocido en el registro paleontológico y biológico, de la aparente
tendencia de aumento de tamaño a medida que el linaje de un determinado género
evolucionaba, hecho que se llamó ortogénesis. Estas ideas
significaban una forma evolutiva rectilínea, como una sucesión de variaciones
que se producían en un mismo sentido, pareciendo que todo cambio era la
acentuación de las formas morfológicas precedentes (Hofter, 1959).
Se producía una impresión sobre la existencia de una
progresión hacia un objetivo ideal, siendo muy bien aceptado para explicar la
evolución humana. Se mostraría lo que parecía evidente dentro de la cultura del
momento, como era el sucesivo progreso del género Homo en sus
características humanas, tanto físicas como intelectuales, y relacionar
desarrollo cognitivo con el simple aumento del volumen cerebral. Esta tendencia
está aún muy bien arraigada en nuestra sociedad, pues no se ha explicado lo
suficiente sobre el hecho de que la evolución produce capacidades cognitivas, entendidas
como posibilidades a desarrollar si se dan las circunstancias medioambientales
adecuadas. Es decir, la evolución produce capacidades cognitivas, que el medio
ambiente (socioeconómico, lingüístico, tecnológico, etc.) desarrolla o produce
realidades conductuales dependiendo de las propias características de ese
medioambiente. Si éste no es el adecuado, el desarrollo cognitivo tampoco sería
el mejor de los posibles.
En la actualidad, la propia teoría sintética niega la
existencia de tales direcciones evolutivas, indicando la falsedad de la ortogénesis descriptiva (Devillers
y Chaline, 1993; Stanley, 1986). De este modo, ya no se habla de ortogénesis,
sino de tendencias evolutivas o selección direccional, como
un fenómeno que representa la continuidad de una modificación, de forma más o
menos continua, a lo largo de grandes intervalos de tiempo (Ayala, 1980, 1994;
Del Abril et al. 1998). Las dudas sobre la certeza de los procesos de ortogénesis, se basan en el
convencimiento actual de que cada especie tiene un pasado evolutivo muy
ramificado, realizado como consecuencia del azar, de los cambios producidos y
de la necesidad de superar los requisitos de la selección natural. Las
tendencias evolutivas deben considerarse como consecuencias secundarias de la
expansión del volumen y variación morfológica presente en un sistema, y no
forzosamente como repuesta directa a algo que lo desplazaría en una dirección
precisa. Así, la percepción de las tendencias evolutivas, es fruto de los
intereses exclusivos y miopes, por estudiar o dar mayor interés a los objetos
nuevos que se encuentran en el extremo de la diversidad de los sistemas (Gould,
1997; Stanley, 1986).
La diversificación de las especies presenta un aspecto
de arbusto muy ramificado, donde el seguimiento de una determinada forma por
algún interés especial (como es el caso de la especie humana), hace que se siga
en el intrincado ramaje evolutivo su linaje y al expresarlo, dar la impresión
que tiene forma de una línea más o menos directa y casi única, mientras la
realidad es que se produce una clara tendencia
evolutiva hacia las formas morfológicas que nos definen. La realidad
nos muestra que existieron varias formas anatómicas coetáneas, muy parecidas
entre sí, todas con capacidades parecidas, aunque no iguales. Esto pudo ser la
causa de que una de ellas pudiera diferenciarse del resto al desarrollar
ciertos elementos culturales que facilitaron su desarrollo cognitivo y el
dominio sobre el medio ambiente que le rodeaba, imponiéndose al resto de
homínidos del entorno.
Selección
natural embriológica
Sin embargo siempre nos queda la cuestión del porqué
de ese continuo aumento cerebral, disperso y ramificado y, por supuesto, sin
una meta prefijada. El azar de las mutaciones no parece que hable a favor de
estas tendencias, pues estadísticamente las probabilidades de que se produzcan
los mismos o parecidos cambios genéticos en diversas ocasiones en mayor número
que otros cambios genéticos, no cuadran con la evidencia paleontológica humana
y de otras entidades biológicas.
A este respecto, habría que añadir que aunque el azar
rige la causalidad de los cambios, no todos las posibilidades son viables en la
naturaleza, por lo que puede haber cierta propensión a que los cambios se
produzcan dentro de un pequeño margen, ya que existen limitaciones de ciertas formas
de variación genética que la embriogénesis no puede desarrollar, al ser
incompatibles con la propia fisiología fetal. En este sentido podemos hablar de
una selección natural embriológica.
Embrión de 2 meses |
Casi siempre que se habla de selección natural parece
que nos referimos a la actuación del medioambiente sobre los seres humanos
desde su nacimiento. Pero lo cierto es que el principal método de selección
natural se produce en el periodo embrionario. Los abortos o interrupciones del
embarazo son en la actualidad muy numerosos, y aunque sepamos que la inmensa
mayoría de ellos se produce por malformaciones genéticas incompatibles con el
adecuado desarrollo embrionario, no podemos afirmar ni comprobar que algunos de
ellos sí podrían suponer mejoras adaptativas postnatales, pero no embrionarias.
Por tanto, debemos ampliar el concepto de selección
natural o adaptabilidad al medio en el que vive en ese momento todo ser
vivo, estableciendo una estrategia jerarquizada a la actuación de la propia
selección natural. El criterio básico de la selección es el de eliminar
aquellas formas de vida que no puedan sobrevivir en su medio natural, ya sea
por su propia ineficacia fisiológica en el período embriológico o por la
presión selectiva que presenten los medios ambientales y sociales en los
períodos postnatales. Ya desde el mismo momento de la gestación, se producen situaciones
en el ámbito molecular que pueden impedir la continuidad del desarrollo del
huevo fecundado (Eldredge, 1997; Lima-De-Feria, 1983).
Durante el desarrollo embriológico se producen
situaciones similares que imposibilitan la continuidad del desarrollo
embrionario, provocando el aborto. No existe una gama continua de resultados
finales, pues sólo es posible un número limitado de ellos (Alberch, 1980, 1982;
Devillers, Chaline y Laurin, 1989; Domínguez-Rodrigo, 1994). Desde esta perspectiva, es fácil pensar que no todos
los cambios morfológicos son posibles, manteniéndose aquellos que respeten la
fisiología del embrión. Entre los cambios con posibilidad de llegar a buen fin,
los acaecidos en pautas anteriores del último cambio anatómico, y que superaron
las pruebas de la selección natural, tendrán más éxito que otras vías de cambio
nuevas que, como es lógico, no tienen porqué ser exclusivas.
Por tanto, determinados cambios anatómicos tienen más
probabilidades de producirse, dando lugar a diversas formas fenotípicas que, en
su conjunto, dan la impresión de la existencia de una tendencia evolutiva, dentro del arbusto configurado
por los cambios morfológicos que suceden dentro de las diversas poblaciones. La
actuación de la selección natural puede actuar en diversos niveles jerárquicos,
con diferentes formas de actuación, que en el período formativo,
embrionario o prenatal puede realizarse de dos formas de influenciar
sobre el desarrollo embriológico:
- Existe una
relación indirecta entre
este proceso y el medio ambiente, que se produciría a través de la madre.
Principalmente serían las características del medio interno materno las que
influenciarían en el proceso de embriogénesis, correspondiendo con las
alteraciones de nutrición por parte de la madre, ingesta de drogas, hormonas,
stress, alcohol, tabaco, etc. En conjunto afecta al normal crecimiento
embriológico, pero no parece que tenga influencia sobre las variaciones
genéticas causantes de los cambios evolutivos que pudiera tener el embrión.
- Los propios
mecanismos embriológicos de mantenimiento de su fisiología, sí
serían por si mismos controladores de las variaciones genéticas que pudiera
presentar el embrión, eliminando aquellas que no presenten un nivel fisiológico
compatible con la vida. Sólo se selecciona la viabilidad fisiológica del
nuevo ser. En conjunto actuarían en dos procesos embrionarios. Primero,
en el ámbito molecular limitando algún tipo de recombinaciones o
de cambios moleculares determinados, al no poder ofrecer la continuación del
desarrollo. Segundo, impidiendo la continuación del desarrollo
embriológico, cuando los cambios morfológicos, fisiológicos re
histológicos no sean capaces de mantener un mínimo la fisiología embrionaria.
El paso de la
selección embrionaria a la postnatal
El inicio del parto se debe a la unión de diversos
factores que obligan a su producción, entre los cuales no se encuentra la
madurez neurológica que permita al recién nacido poder valerse por sí
mismo en un corto período de tiempo. Esta inmadurez se aprecia en el limitado
crecimiento de la cabeza del neonato, lo que debido a la propia estrechez del
canal del parto, consecuencia de la locomoción bípeda, adquiere una gran
importancia. En la actualidad, entre las causas que se consideran como
desencadenantes del parto, se encuentran cierta incompatibilidad entre la
nutrición entre el feto y el útero que le cobija y alimenta, así como del
inicio de un complejo proceso neuro-hormonal en la madre (Usandizaga y de la
Fuente Pérez, 1997). La inmadurez neurológica en el momento del nacimiento es
tan acusada, que diversos autores consideran que los seres humanos tienen un periodo
de desarrollo fetal extrauterino de doce meses, con lo que el ritmo de
desarrollo fetal abarca un total de veintiún meses (Changeux, 1985). La causa
de la prolongación del tiempo necesario para el desarrollo embrionario cerebral
se debe al aumento cuantitativo del córtex, que necesitará más tiempo para
desarrollarse y madurar.
Si hay algo evidente en todo recién nacido es su gran inmadurez
neurológica, lo que le impide valerse por sí mismo durante años,
formando unas de las posibles claves de la socialización humana, como solución
a tan peligroso cambio evolutivo. Una vez nacido el neonato entra en
relación directa con las características ambientales del medio en
el que le ha tocado vivir, sería la selección natural clásica de la teoría
sintética, la cual en las sociedades humanas adquiere unas connotaciones
propias y diferentes al resto de las demás entidades biológicas.
En general, corresponde a la capacidad de adaptación
al medio ambiente que tenga en individuo después de nacer. En su valoración
global, hay que tener en cuenta los factores ambientales y ecológicos
del medio, así como el nivel de socialización y cultural del
grupo humano en el que se nace y se va a vivir. El aumento continuado del
volumen cerebral, posible dentro del proceso embrionario, solo puede mantenerse
en la fase postnatal si el medio humano presenta unos recursos culturales y
sociales que permiten el mantenimiento cada vez más prolongado de la madurez de
los niños. Es curioso como la selección natural postnatal se altera por medio
de un proceso evolutivo de tipo lamarckianas, en oposición a la
transmisión darwiniana que presentan las capacidades biológicas
humanas.
Conclusiones
La inmadurez neurológica, la gran
plasticidad del sistema nervioso y la existencia de un tardío
periodo crítico, son las características psicobiológicas que van a
conferir al neonato un largo período de aprendizaje,
imprescindible para la adquisición de la conducta que nos caracteriza. Sin
embargo, la
manifestación y desarrollo de las capacidades cognitivas dependerían en gran
medida de las características de la sociedad en la que se nace. Como el gasto
energético del aumento del cerebro es importante, y el periodo de
incapacitación del recién nacido es cada vez mayor, hay que encontrar
mecanismos sociales y culturales que puedan subsanar estos problemas. La gran sociabilidad
humana, el desarrollo de la tecnología y la facilidad de la transmisión de la información por medio del lenguaje parecen ser los avances que permitieron a las
primeras poblaciones humanas superar estos inconvenientes.
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Calpe. Madrid.
- Del Abril, A.; Ambrosio, E.; de Blas, M.R.;
Caminero, A.; de Pablo, J. y Sandoval, E. (1998): Fundamentos biológicos de
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- Stanley, S. M.
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- Usandizaga, J.A. y de la Fuente Pérez, P. (1997): Tratado
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