La interdisciplina
es una metodología científica que ha sido muy poco utilizada, aunque siempre se
ha hablado de su necesidad y, de forma menos elaborada, se ha realizado bajo
los parámetros de la multidisciplina. La Biología
evolutiva, como ciencia ampliamente usada, se ha desarrollado siguiendo estas
carencias de método. Desde el desarrollo de la Teoría sintética a
principios del siglo XX, y gracias al desarrollo de la Genética, los cambios
evolutivos se centraron en las mutaciones genéticas y de la influencia
medioambiental (física, cultural y geográfica). El uso de otras ciencias, como
la Embriología,
fue desechado sin mucho fundamento, lógico (o no tanto) para su época, pero en
la actualidad hay que replantearse su actuación en los procesos de cambio
morfológico. Igualmente, la Epigenética parece tener algo que
decir en los procesos evolutivos, aunque en este caso si es lógico que en el
periodo de formación del Neodarwinismo
no se tuviera en cuenta, dado el limitado desarrollo de la Biología en general.
No es descabellado pensar que la evolución debe de estudiarse por métodos
interdisciplinarios realizados por diversa ciencias (Genética,
Embriología y Epigenética), y aplicarla a la concepción de evolución en mosaico
que cada especie tiene como acervo particular y, posiblemente, único. En esta
entrada analizaré brevemente las causas del porqué se abandono la embriología
como uno de los motores del desarrollo evolutivo, cuanto en sus comienzos fue
usada con gran entusiasmo.
La
Embriología en la evolución
La Embriología es una de sus
disciplinas que, desde un principio, el Neodarwinismo
excluyó de sus estudios a pesar de la importancia que tuvo en la génesis de las
ideas evolutivas. La propia teoría evolutiva expuesta por Darwin recibió una
gran influencia de los datos embriológicos que se tenían en la época, los
cuales parecían indicar que el desarrollo del embrión era comparable, hasta
cierto límite, a un despliegue rápido de las formas elementales de sus
antepasados evolutivos, produciendo un retrato dinámico de la historia
filogenética de la especie. Tal interés puede comprobarse 1820 cuando el biólogo y naturista Karl Reinhold Ernst von Baer se
diese cuenta de la semejanza de los embriones correspondientes a diversas
especies de animales, los cuales en las primeras etapas de su desarrollo
ontogénico, presentaban un diseño común. Parece ser que tal conclusión la
obtuvo por medio de un sencillo accidente, pues al caerse las etiquetas
identificativas de las botellas donde conservaba los embriones de pájaros,
lagartos y mamíferos, no pudo con posteridad identificar a cada uno de ellos.
Copia de Romanes (1892) de los dibujos embriológicos de Haeckel. |
Esta idea tuvo como
expresión límite la ley de la biogenética
o recapitulación, creada en 1866 por el médico y naturalista Ernst Haeckel, en la que expuso: “El desarrollo
embriogénico de un ser vivo actual es un resumen abreviado de las fases por las
que ha pasado el desarrollo paleontológico del grupo al que pertenece la
especie estudiada. La ontogenia es una repetición, una recapitulación breve y rápida de la filogenia, conforme a las leyes
de la herencia y de la adaptación”. Sin embargo, existió una
dificultad teórica y práctica importante en la demostración de tal ley, por lo
que, a pesar de los poco ortodoxos intentos de su autor, no fue posible evitar
que tal corriente de estudio fuese desechada (Pennisi, 1997).
Tras el desarrollo de
la Genética, en la elaboración de la Teoría
sintética sólo se tuvo en cuenta la variación que se producía dentro de las
poblaciones de genes de cada especie, olvidándose las posibilidades que la
embriología ofrecía como posible causa de ciertos cambios anatómicos, a pesar
que diversos autores insistían en la importancia que representaba en los
procesos evolutivos. En este sentido, tenemos la premisa elaborada por el
biólogo Walter Garstang (1922), el cual anticipa una visión evolutiva que
parece renacer en la actualidad: “La
ontogénesis no recapitula la filogenia; la crea”. En esta línea J.
Huxley (1942) fue menos estricto
al escribir: “La ontogenia no recapitula
la filogenia, pero puede revelarla y reiterar un esquema de estructura
ancestral”. Siguiendo estas ideas, el genetista Richard Goldschmidt (1933, 1940) indicaba que la aparición de nuevas
formas morfológicas podría ser el resultado de cambios genéticos que afecten a
la ontogenia inicial (embriogénesis), cambiando el desarrollo posterior por
otras vías diferentes. Estos cambios, sólo serían viables si se tienen los
suficientes mecanismos reguladores que pueden mantener la fisiología fetal,
dentro de los límites adecuados, hasta el nacimiento y después del mismo.
No
obstante, debido a la falta de conocimientos sobre la actuación genética en la
embriogénesis, y al camino diferente y sin relación entre sí que llevaron ambas
ciencias (la falta de interdisciplina es tan antigua como la misma ciencia),
sólo se utilizó el concepto de variación genética dentro del estudio de las
poblaciones, estudiando matemáticamente sus variaciones como causa de la
paulatina implantación de nuevos caracteres morfológicos.
Una de las
principales causas de esta incomprensible separación teórica, radica en que
desde principios del siglo XX se intentó explicar el desarrollo embriológico de
los seres vivos por métodos experimentales, con el fin de extraer los
mecanismos generales que aclarasen las formas en que tienen lugar su
producción. En estos estudios no se planteó nunca la existencia de un control
genético del propio proceso embriológico, limitándose su explicación a
intervenciones mecánicas o químicas, con lo que ambas disciplinas, Genética y Embriología, siguieron
caminos diferentes. Este hecho es un
ejemplo claro de cómo diversas ciencias que tienen un fin común, como es el
conocimiento del ser humano en su integridad, al tener metodologías diferentes
divergen en sus estudios, impidiendo el avance científico en sus aspectos más
globalizadores.
Genética y Embriología
Sin duda son dos ciencias que están íntimamente relacionadas en la acción de la formación de los seres vivos, pero su relación no ha podido ser demostrada hasta finales del siglo pasado. Sólo cuando se vio que ambos procesos biológicos estaban íntimamente relacionados en sus mecanismos de control, fue cuando se tomó en cuenta la relación entre mutación y desarrollo embriológico con los fenómenos evolutivos. La unión de ambas disciplinas (Genética y Embriología) ha generado en la actualidad un nuevo campo científico denominado como Biología del Desarrollo, de la cual parte la propia Genética del Desarrollo. El congreso Internacional de Genética de 1963, fue el primero que dedicó una sección específica a la Genética del Desarrollo.
Como
es lógico, enseguida se relacionó le existencia de genes reguladores de la
morfogénesis embrionaria con los conceptos de heterocronías. Desde 1910
se conocen cambios genéticos o mutaciones que son capaces de alterar la
organización y situación de diversas estructuras anatómicas. Las primeras en
conocerse fueron las que mostraban el desarrollo de un determinado elemento
anatómico en un lugar topográfico equivocado, dentro de la embriogénesis de la
mosca del vinagre (Drosophila
melanogaster). Se comprobó cómo
se desarrollaba una mandíbula en el lugar topográfico donde debía de haber una
anténula. A este tipo de alteraciones se las denominó mutaciones homeóticas, y los genes que debían de regular tal
proceso se les llamó homeóticos u Hox. Estos genes tienen
una importancia capital en el desarrollo correcto de todo ser vivo, pues, al
ser los responsables de la identidad
posicional, indican a las
células del embrión en que región anatómica se encuentran y que estructura
anatómica deben desarrollar. Por tanto, no producen en sí mismos nada, sino que
indican a los genes estructurales el lugar, la tasa y/o el tiempo
de actuación que deben de tener. Estos genes homeóticos o reguladores producen determinadas proteínas, que
funcionan como controladores de la acción de otros genes dentro del proceso de
desarrollo embriológico de los seres vivos. Aunque su conocimiento en la
actualidad esté limitado a la regulación del esquema corporal en las primeras
fases del desarrollo ontogénico (Jacob,
1998), es lógico pensar que los que conocemos, u otros aún no
descubiertos, deben de tener funciones
específicas en las siguientes fases embriológicas, que afectaran a todos los
órganos y, por supuesto, al cerebro
(Changeux, 1985; Flórez et al. 1999). Habrá que esperar su confirmación con el desarrollo
científico de los próximos años, pues el auge investigador en estas tareas de
embriogénesis tiene un gran futuro. A pesar de que aún son necesarios numerosos
estudios sobre este campo, podemos afirmar que el desarrollo embrionario u ontogénico sería el resultado de la acción,
jerarquizada y organizada de los genes reguladores, que indicarían a los múltiples genes estructurales dónde, cuándo
y cuánto pueden comenzar a operar en el proceso embriogénico.
El
conocimiento de la acción de estos característicos genes les confiere un valor
muy importante como posible causa del cambio evolutivo. Su descubrimiento permite
comprender mejor el mecanismo de acción de los conceptos de heterocronías, como fuente de muchas de las variaciones morfológicas (García
Barreno, 2000). Puede decirse que, en gran medida, cuando vemos que una especie
ha evolucionado en otra, lo que observamos es que su desarrollo
ontogénico o embriológico ha cambiado (Sinha, 1996). Por tanto, hay que considerar a la embriogénesis
como un proceso dinámico por medio del cual se produce la formación de los
nuevos seres vivos, estando sometida a las leyes biológicas que regulan su
desarrollo. Estas leyes limitan los cambios morfológicos a
un estrecho
margen de posibilidades de variación, pues toda alteración en este
período ontogénico de desarrollo podría afectar globalmente a la fisiología del
ser en formación. Si el cambio no consigue mantener un mínimo de estabilidad
fisiológica, se llega fácilmente a imposibilitar la continuidad del desarrollo
fetal, provocando el aborto. Hay que considerar a la embriogénesis como un proceso dinámico por medio del cual se
produce la formación de los nuevos seres vivos, estando sometida a las leyes
biológicas que regulan su desarrollo. No es de extrañar el avance de la Biología evolutiva del desarrollo
(Evo-Devo. Evolution-Development), la
cual camina en la actualidad por estos derroteros (Sean, 2005).
Cambios
morfológicos relacionados con la embriología
Con la acción de los genes reguladores se conoció que durante la fase de formación embrionaria
se producen cambios morfológicos en cascada durante el curso de su desarrollo. Todo cambio
morfológico producido por la mutación de uno o varios genes reguladores o acción
epigenética, en un determinado momento de la ontogenia fetal, va a
repercutir en las siguientes fases de la embriogénesis, sin que sean precisas
nuevas alteraciones genéticas. Cuando
conocemos la producción de un cambio evolutivo, lo que se ha manifestado es un cambio en la ontogenia o embriogénesis de ese ser (Sinha, 1996).
Los cambios
producidos por la acción de los genes reguladores tienen lugar no sólo en el
órgano regulado por estos genes, sino también en las estructuras corporales
que, en su desarrollo, tienen como base de inicio o configuración la anatomía
anteriormente alterada. Así, un cambio morfológico producido por una mutación
de un gen regulador, en un determinado momento de la ontogenia fetal, va a
repercutir en las siguientes fases de la embriogénesis, sin que sean preciso
nuevas alteraciones genéticas (Gilbert, 1985). Por tanto, es preciso distinguir
dos tipos de cambios anatómicos en función de su origen:
- Primario, producido por la
acción directa de la mutación genética, ya sea en los genes reguladores como en
los estructurales.
- Secundario, como consecuencia indirecta de los
cambios genéticos producidos con anterioridad, en función de la continuación
del proceso embriológico.
Pondré un claro
ejemplo muy relacionado con los temas que tratamos, y de gran interés en el
mundo paleontológico y arqueológico. Existe una determinante relación entre el
desarrollo ontogénico del cerebro y las diferentes partes del cráneo (base,
neurocráneo y cara), de tal forma que la alteración del encéfalo debe de
repercutir en la forma estructural de los huesos de la cabeza (Changeux, 1985;
Lieberman, et al. 2000). La función de esta compleja estructura ósea es
la de proteger al cerebro, por lo que debe ajustarse lo más exactamente posible
a su forma anatómica, hecho que nos permite estudiar la impronta que el cerebro
realiza en la cara interna de los huesos craneales (endomoldes). Sin embargo,
el desarrollo óseo del cráneo no debe de interferir en el normal crecimiento
cerebral, por lo que su definitiva forma anatómica estaría en gran parte
condicionada por la configuración morfológica final del sistema nervioso
central. La forma del cráneo no depende en exclusiva de la acción de los genes
estructurales que la forman, sino que participa de la propia dinámica
ontogénica del cerebro humano (Le Gros Clark, 1967; Orts Llorca, 1977). Así,
pequeñas y específicas mutaciones genéticas pueden producir cambios
morfológicos importantes y relativamente rápidas
repercusiones ontológicas y evolutivas (Gould y Lewontin, 1979; Bogin, 1999; Churchill,
1998).
Un trabajo reciente
sobre los efectos de mutaciones en los genes homeóticos u Hox es el
caso del gen ARHGAP11B existente en
los Neandertales y Humanos anatómicamente modernos (Florio et al. 2015) que explica parte del
mecanismo de evolución cerebral. Otro ejemplo sería el gen TRNP1, el cual parece ser el responsable de la producción de
pliegues o girificación del córtex cerebral, ya que se expresa en niveles bajos
en las zonas con pliegues y en niveles altos en las zonas más lisas (Stahl
et al. 2013).
Todas estas
consideraciones podrían explicar la poca diferencia genética que existe entre
especies próximas. Tal es el caso del ser humano y el chimpancé, cuya
diferencia genética se sitúa alrededor del 1,5%, como los genetistas Mary
Claire King y Allan Wilson lo dieron a conocer (King y Wilson, 1975; Sibley y
Alhquist, 1984).
Conclusiones
Vista la
trascendencia que tienen algunos genes en los procesos de formación anatómica
durante la embriogénesis, no podemos considerar como causa única del
cambio anatómico al aspecto genético inicial y su transformación en formas
adultas. Hay que tener en cuenta las etapas intermedias de desarrollo, que
tienen mucho que ver con la formación y transformación de las diferentes
especies. La embriogénesis es un proceso dinámico por medio del cual se
produce la formación de los nuevos seres vivos, estando sometida a las leyes
biológicas que regulan su desarrollo. Estas leyes limitan los cambios
morfológicos a un estrecho margen de posibilidades de variación, pues toda
alteración en este período ontogénico de desarrollo afecta a la fisiología del
ser en formación, Así, si el cambio no consigue mantener un mínimo de
estabilidad fisiológica, se llega fácilmente a imposibilitar la continuidad del
desarrollo fetal, provocando el aborto (Alberch, 1980, 1982; Devillers, Chaline
y Laurin, 1989).
Debemos valorar, con
todas sus consecuencias, los conceptos de las heterocronías dentro de la propia dinámica de la embriogénesis,
pues no todos los cambios anatómicos deben de tener un origen basado en el
simple cambio genético como causa directa que lo justifique. Un cambio
morfológico producido por una alteración en un gen regulador, en un determinado
momento de la ontogenia fetal, va a repercutir en las siguientes fases de la
embriogénesis, sin que sean preciso nuevas alteraciones genéticas (Gilbert, 1989).
Las heterocronías,
la
embriología y la evolución en mosaico, son las piezas
clave en las formas evolutivas humanas, pero sólo podemos poner nombre a cada
proceso evolutivo, al analizar en lo posible las causas genéticas que lo
produjeron (hecho que aún hoy no es posible, pero puede que se logre en un
período no demasiado largo), o los cambios anatómicos a los que dio lugar,
método que aunque más indirecto puede orientarnos sobre las causas del cambio
morfológico.
Estas relativamente recientes vías de investigación sobre los mecanismos evolutivos están desarrollando un concepto de evolución entendido como un proceso multifactorial de gran complejidad, donde los mecanismos de producción del cambio anatómico son consecuencia de la acción conjunta de diversos factores. En este contexto evolutivo, el origen de los procesos cognitivos humanos (autoconciencia, simbolismo, lenguaje, etc.) serían la consecuencia de una exaptación evolutiva, manifestándose como una capacidad cognitiva emergente que aparece después de realizados los cambios neurológicos que lo posibilitan, pero que no fueron creados evolutivamente para tal fin (Gould y Lewontin, 1984; Schlaug et al. 1994). La manifestación y desarrollo de las capacidades cognitivas dependerían en gran medida de las características medioambientales, siendo la base evolutiva elegida por la Psicología cognitiva (procesamiento de la información).
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